jueves, 1 de abril de 2010

Escuchar sobre los deseos

Hay tantas y tantas historias que la gente puede contar. Las palabras hoy día se usan sin conciencia de su significado, se habla demasiado a la ligera. Las palabras de amor, de afecto, de pasión, son las más falsificadas. La gente habla y habla, parlotea y no dice nada. Repiten discursos estériles, vacíos, fórmulas gastadas, mensajes prehechos y se molestan cuando no se contestan sus cacareos o peor, se quedan sin respuesta cuando se les presta atención y se dan cuenta de las estupideces que pueden estar diciendo. Hablamos a la ligera. No sólo es un fastidio, es un peligro.

Sin embargo, hay todavía los que quieren hablar en serio, darle a cada palabra un significado preciso y un peso rotundo. No, no me refiero a los poetas, cantantes y mucho menos a los políticos. Me refiero a los que te cuentan su historia (véase Canto para mí), simplemente es cautivante.

Y de entre todas las historias las más maravillosas son las historias de los deseos.  No importa si son de deseos realizados, fallidos o aún por realizar. Las historias de los deseos son quizá las más valiosas de todas. Tan sólo notemos el momento en que alguien cuenta tal historia. Lo primero que veremos serán los ojos de la persona que miran al infinito, evocando el momento, el lugar, las emociones. Esa mirada es netamente humana. Luego veremos los ademanes, los gestos, que enfatizan y hacen sutil los cambios de la voz, señalamientos, reiteraciones, silencios. Escuchemos el todo de voz, casi solemne. Y todo este magnífico escenario aún puede engrandecerse más cuando las historias narran los deseos más ocultos, los más auténticos, esos de los que apenas hemos tomado noticia. (Véase al respecto Sobre el surgimiento de los deseos) Esos momentos arrobadores, casi epifánicos, son trascendentales en la vida de cualquier ser humano porque dan fundamento a nuestra esencia pues proceden de ella, son su manifestación y cuyo ciclo dictamina la calidad de nuestra existencia.

¿Cómo, entonces, no podrían parecerme tan impresionantes, conmovedores y esperanzadores estos relatos? ¿Cómo podría dejar de contemplarlos? ¿Cómo evitar, secretamente, provocarlos?.

Hablemos más de lo que somos, escuchemos más a los demás cuando dicen lo que son y después guardemos silencio, dejemos de parlotear, es despilfarrar nuestra esencia (y creo que hasta embrutece). Más autenticidad, menos pretensión.


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