Amo aprender. Amo descubrir que algo no sabía.
Es una satisfacción inmensa, solo superada por la sensación inenarrable de un orgasmo.
Quien mira con cuidado ya se habrá dado cuenta de que se puede aprender de todo y todo el tiempo.
No es desmedida pretensión, muy por lo contrario, en un acto de sencillez, humildad y realismo.
Aprender es aceptar ser marcados y aceptar las marcas que dejamos. Es estar ahí. Ser aquí y ahora.
Aprender entonces es estructural en el ser humano, y en todo organismo viviente.
Se puede aprender de todo y de todos.
De la alegría, del dolor, de la pasión realizada y de la frustrada. Se puede aprender de los animales y las plantas.
Se puede aprender de amigos y enemigos, del amor y del odio, de la verdad y la mentira, de las llegadas y las despedidas, de las ganancias y de las pérdidas. Se puede aprender incluso estando dormido, o cuando nos revelamos contra el hecho mismo de aprender. En la locura, se aprende.
Por supuesto, aprender no lo es todo en la vida, pero es indispensable. Para compartir algo de uno con lo demás, para dejar huella en el mundo, para dejar marca, es menester primero haber aprendido algo, algo valioso. Luego viene entonces el disfrutar, el dejar pasar, (e incluso ahí también se puede aprender). Aprender es un arte presente en todos los aspectos de la vida, nos hacer ser lo que somos, no es una mera habilidad académica o escolar.
Aprender, pues, es la experiencia fundamental de todo ser humano y requisito indispensable para ser llamado Homo Sapiens. Aprender pues es un deber, un requisito para ser. Soy aprendiendo y aprendiendo soy. Es la vida fluyendo en mí.
Gracias Vida por enseñarme tanto, y gracias a mi, por saber que no se nada y que debo --y quiero-- seguir aprendiendo.
Ya lo dijo mi amada Sor Juana:
No estudiamos para saber más, sino para ignorar menos.
A tal premisa, vigorosamente me suscribo.
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