domingo, 22 de septiembre de 2013

Sellar un pacto



Habremos de sellar un pacto, un pacto secreto, un pacto de silencio. Un pacto signado en la mirada y la caricia, que se eleva y se matiza con los tonos de la vida. Un pacto de cariño que se afirma cada día, a cada instante, con cada gesto, con cada vez que mi mano toca tu hombro o tu mano acaricia mi cabello. Un pacto que pasará duras pruebas, de confianza, de distancia, de silencio o de ruido, pero serán superadas por la clara prueba de realizar proezas por seguir unidos y cumplir el pacto. Porque el pacto es en si una proeza, la proeza de creer en uno en el otro, uno en uno mismo, uno en la vida, día a día. Hagamos proezas.

Alejandro de Andúnië

jueves, 20 de junio de 2013

El amor no son sólo detalles



¿Cómo les diré? El amor no son sólo detalles y apapachos, besos y tomarse de las manos. No es solo la descarga de adrenalina y deseo que su cuerpo y olor nos provoca. No solo es la callada complicidad y comprensión de gestos en silencio sin mediar palabras. No solo es la compañía cierta, el consuelo a tiempo, el apoyo generoso. Hay un algo más allá que hace todo esto posible y más. Un algo que es difícil de explicar porque en estos tiempos es un algo que se tiende a menospreciar y olvidar y por ello amargas lágrimas hemos de probar o provocar.

Hay una parte del amor que es mística, así en pocas palabras. Una parte que se expresa cuando uno o el otro pueden expresar en silencio su sensibilidad religiosa (religiosa en el sentido más amplio del término), su búsqueda profunda con lo trascendente y con el todo, que puede abrir los brazos a la insondable inmensidad del alma y no le da miedo, porque para hacer eso hay que tener... Valor, valga hay que haberse aventurado en la propia profundidad espiritual. La palabra Espíritu aquí toma un sentido rotundo: el amor es amar desde y para el espíritu, trascender de la superficie mundana, de la inteligencia y persona intermedia y alcanzar la densidad inmaculada del espíritu interior abierta sólo a otro espíritu despierto. Las manos, en tanto cuerpo, no son el vehículo adecuado, como intermediarias, pues no pocas veces distorsionan la experiencia de lo espiritual. Por ello, en muchas ocasiones, aunque nos abracen no nos sentimos protegidos ni consolados, pues no somos "tocados" en el espíritu, sino sólo en la piel, en la superficie.

Así, una persona superficial es, en efecto, una persona que desdeña lo espiritual, (quizá porque a su vez desde niño tampoco le ha sido permitida la experiencia de su propia espiritualidad) y lo relega como vil ficción o "cosa de viejas" fuera de su campo de experiencias, teniendo sexo, por ejemplo de  algún acercamiento, pero nunca llega a estar "acompañado", no se lo permite ni lo concede, pues no cree que tal cosa siquiera exista. No tardará mucho en quedarse vacío. Las almas no pueden ser utilizadas como objetos o pierden su esencia. No significa que el sexo sea malo, ¡Todo lo contrario! Lo que decimos es que el sexo sin su dimensión espiritual es solo ejercicio cardiovascular y un tentempié: sabe rico, pero no nutre.

Así pues el amor es concordancia, encuentro, sostén, apertura, recogimiento ante la experiencia espiritual del ser amado, previa experiencia consciente de la propia. Podemos afirmar con certeza, que los amores duraderos están cimentados, más allá de todo, en el compartir un espacio espiritual común, aunque sin dejar de ser individual, fundado en el respeto y la entrega: al amarte a ti me amo a mi, amo a mis semejantes, amo al mundo.

Benditas sean las almas que se aman desde el cuerpo y llegan hasta el espíritu.

Alejandro de Andúnië dixit.

lunes, 20 de mayo de 2013

Darse calor en esa fría tarde de sus vidas. (Parejas venecianas)

 



Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminando por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, al reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios. Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos apoyado uno en el hombro del compañero, en un intento de darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verde gris y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado cuando el barco hizo un movimiento y la luz la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los vi cambiar una sonrisa rápida y fugaz, parecida a un beso o una caricia. Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. 

Aunque sea dentro de lo que cabe, porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adolescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes seenamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y soledad. La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le partan a uno la cara. Y cuando apetece salir conocer,hablar, enamorarse o lo que sea en vez de en un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos "danone" empastillados, reinonas escandalosas, y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se auto confine a la alternativa cutre de la sauna, la sala x, la revista de contactos o la sordidez del urinario público.A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o entero, que debe ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete o no se mete en la cama. 

Envidio la ecuanimidad, la sangre fría de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos, ala gente, que por activa o por pasiva, ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de chicos de catorce o quince años, que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura. Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos sin estridencias pero también sin complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos cómo estos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podía argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino el lo puramente humano, se encuentra en un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. Pensaba en todo esto mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno junto al otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquiercosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas".

Arturo Pérez Reverte

sábado, 30 de marzo de 2013

Hoy me percaté de algo






"Volviendo a casa, mientras viajaba, se dio cuenta de que conforme me acercaba a casa sentía que poco a poco volvía a ser él mismo. Dejaba algo atrás, retornaba de pronto la calma. Y, de pronto, entonó una tonada en medio del camino y se sorprendió a sí mismo al oírse cantarla, como si estuviera haciendo algo que no correspondiera al lugar donde se encontraba, y fue ahí que comprendió que había una especie de separación entre lo que era en su casa y lo que era en el mundo".


Aquí dentro reina la calma, lo conocido, la identidad; fuera está lo diverso, lo desconocido, la alteridad. ¿Para quién te vistes cada mañana? ¿Acaso para cumplir tus propios gustos? ¿No será que te he apropiado de cierta alteridad en detrimento de tu propia identidad creyendo que lograbas lo contrario? ¿Quieres ser tú o quieres que se vea algo de ti? Entonces al salir de casa dejas, sin notar, cosas en ella en la creencia, más o menos inconsciente de que así las protejes o simplemente no quieres mostrarlas, en el deseo de mostrarlas en los entornos y momentos adecuados. Ahí puede estar el tropiezo: ¿Cuáles son los momentos apropiados, si los hubiere, pero y si no? Entonces ciertas partes de ti no saldrían nunca a la luz. Y basta ver nuestros entornos modernos dónde el rechazo al dolor, a la reflexión es la constante; dónde ser gentil, amable, cortés es una debilidad más que una virtud; donde la obsolescencia de las cosas hemos dejado que se imponga a las personas. En esas condiciones partes de nosotros mismos rara vez encontrarían ocasión de ser mostradas,  y por ende, practicadas. Así, no es de extrañar que en estos ambientes hostiles, habilidades para la defensa y la agresividad sean las más frecuentes y que los actos de amabilidad y ternura nos resulten tan extraños, tan sorprendentes y de los que se dude tanto. Pero ¿Cuánto de nuestra esencia perdemos al tratar de adecuarnos a estos entornos? ¿Cuánto de las cualidades y virtudes más preciadas: valor, honor, alegría, entusiasmo, confianza, respeto, honestidad, disciplina, responsabilidad, –y sobre todo– amor y libertad, se ven disminuidas, ninguneadas e incluso despreciadas por que “no convienen” a las demandas de la realidad?

Al cantar, donde se supone no debería hacerlo, entró en contacto con la necesidad de belleza, ternura que toda alma tiene y se percató de lo relegada que estaba esa necesidad, incluso de sí mismo. Es en la escucha atenta de sí mismo que logró darse cuenta. Eso pasa cuando se escucha atentamente a otras personas, al otorgarle el respeto y el espacio para su expresión sincera, las necesidades y deseos ocultos, relegados por su “inadecuación” surgen y asombran a su propio dueño, y se emocionan y siguen hablando, aunque algunos les de miedo y se angustien al darse cuenta de su propio abandono y se recubran de soberbia o cinismo. Así, el brillo de la mirada regocijada de sus propias maravillas, se apaga.

Todo inicia en la escucha. Sólo así es posible recuperar esa necesidad y hacer algo al respecto. Si bien la carencia de entornos adecuados es un punto en contra, es la escucha, es la mirada respetuosa la que es punto de partida en esta cruzada. Es que ahí está el reto, el desafío de estos tiempos: humanizarlos. En el ascenso de la tecnología y lo inmediato, el tiempo, el cuidado, la paciencia, el respeto son más que nunca esenciales para permitir la expresión de estas partes de uno que permanecen latentes: no es que no existan, y esto que quede claro, pero como cualquier otro talento o habilidad deben ser practicadas o no podrán existir plenamente. Ante la separación y olvido de las diferentes partes de uno, la demanda, la necesidad más apremiante es clara: hacer un alto para permitir la reintegración, volver uno con uno mismo, ver qué hemos dejado relegado de nosotros y que hemos adquirido en el camino. Al entrar en contacto con los demás observar y escuchar, no utilizar como un objeto más, pues sin reconocer al ser humano que está ahí enfrente tampoco nos hacemos más humanos. Veamos que aquí radica la frecuente queja de que ya no hay quien sepa amar, más bien el asunto es que ya no hay quien de el espacio y el respeto para escuchar y permitir surgir las cualidades que ya están ahí, relegadas, olvidadas. Las relaciones duraderas esto es lo que hacen, se miran, se escuchan, con ello se conocen, así se respetan, y se hacen responsables de esta escucha mutua y así se cuidan (to take care of). Más en esta época del desencanto de todo, un llamado como este será calificado de retórica romántica, y eso es muestra más del enorme desamparo y maltrato que ha dejado cambiar lo necesario por lo inmediato.

El llamado es volver a mirar y escuchar poniendo el corazón en ello. Hoy me percaté de eso.






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