domingo, 21 de marzo de 2010

Canto para mí



Los aborígenes que desde hace miles de años viven en lo que hoy es Australia han sabido conservar y preservar sus antíquisimas tradiciones a lo largo de todos esos años y a pesar el embate de la colonización, la marginación y de la modernidad occidental. Un acto de heroísmo sin lugar a dudas.

Las tradiciones de los aborígnes incluyen rituales para practicamente todo aspecto de la vida cotidiana sin ser esto reflejo, como en otras culturas, de una supeditación a la superchería y la superstición, sino muy por el contrario, de un conocimiento, muy profundo, íntimo sería la palabra adecuada, de la naturaleza y sus misterios.

Las aborígenes son animistas. Consideran que en todo objeto puede habitar un espíritu y que muchos de estos espíritus viven en los fuerzas de la naturaleza y que es deber de todo hombre saber de ellos y aprender a lidiar con sus caprichosas intervenciones en la vida humana, alguans para bien y otras para mal.

De ahí que la principal habilidad de cualquier hombre sabio aborigen sea el saber contar historias. Las historias para los aborigenes australianos lo son todo: el pasado, las raíces, la pertenencia, la identidad misma. No se tiene un lugar en el mundo y en la vida sino se tiene su propia historia.

Y no se trata de un anecdotario ya jocoso o ya trágico, como se entiende en occidente, ese conjunto de peripecias, mitad ciertas, mitad mentiras y exageraciones, destinadas a la sobremesa o impresionar a los incautos, sino que se refiere a ese gran suceso, que genera un antes y un después en la vida de cada quién y que se vuelve piedra angular de los valores, aspiraciones, carácter y forma de ver y sentir el mundo en cada persona. Es pues, una experiencia trascendental, rotunda, y evidentemente no tiene nada de trivial, salvo para aquellos seres que la miran desde su propia trivialdad, intrascendencia y cobardía.

La historía de cada persona según los aborígenes siempre tendrá relación con alguna canción, pues entre las creencias de estos pueblos, las canciones tienen poderes mágicos, o mejor dicho, la magia se manifiesta a través de canciones. Un aborigen no canta solo por placer, está invocando a los espíritus. Muy pequeños, los niños aborígenes emprenden su "caminata" viaje de iniciación acompañado de un familiar mayor, generalmente el abuelo, hacia las inmensas y solitarias planicies australianas, fuera de todo contacto y sin provisiones, armados sólo con las más elementales de las herramientas, algún cuchillo, un arco, algunas flechas, y un boomerang, y por supuesto, el inmenso bagaje de conocimientos heredados a través de los milenios. En esta caminata que emprende la juventud y la experiencia el principal objetivo es que el joven aprenda canciones y viva su propia historia, es decir, aprenderá magia.

Así pues, en esta, mi Caminata Hacia el Occidente, ha habido muchas canciones y ciertamente hay UNA que es sumamente especial, es mi canción. Y ciertamente, puedo decir que tiene magia, y opera magia cuando la canto. En una coincidencia inverosímil (por lo que, a todas luces nos lleva a concluir que no es tal coincidencia) yo descubrí que la historia de la vida se conmemora con una canción, y que de este modo se invoca a la magia ya sea para la protección, la curación, la defensa del ser querido o el mero disfrute de la fuerza de la vida. Y mejor aún, que  muchas canciones sirven a fines similares, dotando la historia de una partitura abigarrada, compleja, pero enormemente vital y vibrante, tal como la vida es.

Entonces ahora comprendo porque la cierta música me parecía mágica, pues ciertamente lo es y porque encuentro tan aburrido y desagradable las canciones tocadas demasiado fuerte hasta volverse ruido, hasta perder el sentido por su repetitividad y la manera irrespetuosa y desparpajada con las que se oyen, pues ni siquiera se escuchan. Han perdido su magia porque no cuentan la historia de nadie. Hasta que alguien las hace la canción de su historia.

Y tú, ¿cuál es tu historia? y ¿Cuál es tu canción?
¡Cuánto me gustaría escucharte cantarla!

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