Las cavilaciones recientes me llevan a tan evidente como lúcida conclusión: Ya no hay respeto. Por eso hacemos promesas sin pretender cumplirlas realmente. Por eso sorprende tanto cuando alguien si cumple lo que promete. Llama la atención, pero es olvidado (o ignorado sistemáticamente) enseguida, pues molesta por ser prueba de tantas promesas rotas, amigos perdidos y buenas intenciones que nunca se convirtieron en realidad.
Las faltas de respeto son tan comunes hoy día que muchos creen que ya nadie las nota, las padece o las toma en serio. Así las citas son canceladas sin previo aviso 5 minutos antes de la hora pactada, sin importar el esfuerzo y gasto de los traslados, casi como diciendo si ya vino hasta acá una vez puede venir dos veces o si realmente le interesa tendrá que regresar. Actitud de lo más vil y violenta, es un chantaje a todas luces que descansa su fuerza en la impotencia del otro, es de lo más despreciable, pues se aprovecha de la necesidad del otro. Y faltas de respeto se observan ya por todas partes las automovilistas imprudentes, los vendedores abusivos, las autoridades corruptas, los padres ausentes, la sociedad indiferente. Todos son faltas al respeto, es decirle a los demás: me importas un bledo. Debacle de la humanidad.
Y es que el principal problema con las faltas de respeto no es ya sólo su mera realización, pues todos las hemos padecido y con muy graves consecuencias en algunos casos, sino el hecho posterior que genera: el cinismo, el pretender que no hay moralidad válida alguna y entonces todo da igual. Es un punto sin retorno entre la locura, el narcisismo, el egoísmo y la estupidez. Así el cínico se cree autorizado para demeritar la moralidad del que si cumple su palabra al asegurar, previa prueba de la sociedad, que es un idiota por no aprovecharse de las circunstancias para sacar prebendas, para burlarse de la ley y decir que, si a fin de cuentas a nadie le importa por qué habría de importarle a él. Hasta que, obviamente, este perverso juego de lógica se vuelve en su contra y algún otro cínico lo hace objeto de sus agresiones y faltas de respeto. ¿Parece que vivimos en una jungla? Pues sólo lo parece, porque en la jungla hay más armonía y moralidad que en la sociedad humana.
El clímax del cinismo se llega con el innegable hecho de que nos tratamos como objetos. Al tomar de la gente solo lo que nos interesa la reducimos a objeto. Dinero, posición social, belleza física, intelecto, alegría de la vida, espiritualidad, se puede tomar cualquier cosa, porque a fin de cuentas todo es cosa, nada es persona. Es por ello que la defensa de los derechos humanos es una labor tan loable como difícil.
Pero debo retomar lo que deje entre paréntesis más arriba. Aquél que si cumple su palabra puede ser excluido, sometido al ostracismo por cumplir sus compromisos, ¿paradójico? Lo es, y no por ello deja de ser cierto. Aquél que cumple su palabra respeta al otro y se respeta a si mismo. El que no lo hace se falta a si mismo. Pero no lo tolera y busca un chivo expiatorio.Lo encontrará en el que cumple. De este modo este post se conecta con No es de caballeros hacer promesas y completa su sentido al decir que los caballeros no hacen promesas si no piensan cumplirlas, si están dispuestos a asumir el costo de su promesa y demostrar el valor de su palabra. Resulta evidente porque hay tan pocos caballeros ya, y porque donde pasan cuales figuras quijotescas, sufren del mismo escarnio que el Ilustre Caballero de la Mancha.
Solo nos restaría preguntar con voz fuerte:
¿Cuánto vale una promesa humana? Tanto como su corazón valga.
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