domingo, 12 de julio de 2009

La región más solitaria



Existe en todos nosotros una región de completa soledad. Nadie es la excepción. En todo ser humano existe esa región. En algunos no pasa de un paraje árido y solemne. En otros, en cambio, es un inmenso páramo yermo, frío y abandonado...abandonado de todo, excepto de uno mismo.


La región de nuestra más profunda soledad es también un lugar casi desconocido, pues ni uno mismo suele aventurarse demasiado en esa tierra, se corre el riesgo de no regresar de ella. La mayoría solo se pasea por sus zonas más exteriores, esas que están cercanas a las que están en contacto con la realidad exterior, con las otras "costas-personas" , pues como sucede con el océano, casi nadie se aventura en altamar si no está preparado.

Esta región produce miedo, indudablemente. Pero produce más por la incertidumbre de no saber qué hay ahí. Y ahí solo puede haber lo que nos imaginemos que haya. Lo que allí hayamos puesto, regularmente sin conciencia de haberlo puesto. Es pues lugar del desecho de los sueños y deseos olvidados, pero no por ello perdieron ni fuerza ni poder.

Muchas veces hemos visto esa región en otras personas. La hemos alcanzado a percibir a través de sus ojos, cual ventana a ese paisaje inmenso y gris. Y nos dio miedo. La gran mayoría de nosotros jamás ha querido ponerse en contacto con la soledad de otras personas, pues ni la suya propia, como hemos dicho, gustan de visitar. Al contrario, la rechazan. El roce mútuo de las soledades es un evento casi cósmico que pocos han tenido el valor de vivir, e incluso de provocar. Quizá ahí cerca ronde el amor...

Y es que la soledad, como todo en exceso, es mala. Pero el temor pusilánime a la soledad es peor aun. Nos rebaja, nos hace cobardes, por lleva a perder la dignidad de nuestra propia alma. Ante la certeza de la soledad propia nos volvemos insensibles, indiferentes y cínicos, cosa que luego hacemos con la soledad ajena. Evitamos que el corazón se nos estruje al contacto de la soledad del prójimo, con lo cual nos inoculamos contra la solidaridad, la empatía y la compasión. Volvemos de piedra el corazón. Pero como se verá, esto resulta en una triste y mordaz ironía, pues huyendo de la soledad al insensibilizar el corazón logramos todo lo opuesto a lo pretendido: nos internamos más en el páramo gris de la soledad.

¿Tú que haces con la soledad ajena? ¿Tú que haces cuando alguien tiene esperanza frente a casos perdidos? ¿Tú que haces cuando al verte al espejo te encuentras parado al borde de la soledad?

Medita bien las respuestas, la vida se puede jugar en ellas...



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