Ponencia Presentada durante el IV Foro Estatal de Democracia de Género
México, D.R. 2009. Extracto.
En la cultura mexicana, similar a otras culturas latinas y occidentales, se ha privilegiado lo masculino, otorgando mayores derechos, libertades y prerrogativas a los hombres, siendo las mujeres importantes agentes en la educación de estos valores. El hombre así aprende desde muy temprana edad que la base de su identidad masculina se haya inextricablemente unida a la noción de fuerza y agresividad, a su papel activo frente a la mujer y a su control sobre las emociones. De este modo, que el hombre se muestre frágil, sensible a la iniciativa de la mujer y además sentimental serán los pecados capitales de la masculinidad, sancionados socialmente tanto por los otros hombres, como por las mujeres mismas.
Si, como hemos visto, la histérica sufre por no querer tomar conciencia y hacerse dueña de su propio deseo, el histérico entra en conflicto al querer ser objeto de deseo y no aceptar tal tendencia. La cultura falocéntrica y patriarcal señala papeles muy claros en cuenta a quien debe ser objeto y sujeto del deseo. El hombre debe ser el deseante, la mujer debe darse a desear. Sin embargo, no siempre sucede así. Numerosos ejemplos tiene la historia acerca de personas cuyo papel frente al deseo ha diferido del socialmente adjudicado y en la mayoría de las ocasiones el desenlace ha sido por lo menos dramático.
En nuestros días vemos cambios progresivos en los papeles asignados a los hombres y a las mujeres. Vemos a estas últimas accediendo cada vez más a puestos importantes, a decidir más sobre su cuerpo y su reproducción, las vemos más preparadas, no sabemos si aceptando más su propio deseo. Sin embargo este proceso en los hombres, nos parece, no viene ocurriendo de manera similar. Porque los anteriores cambios se han ido dando en lo social, en lo que se debe mostrar en público, no así en las representaciones mentales más íntimas. Allí se concentran esas nociones acerca de cómo ser hombre y su posición frente al deseo, siempre como sujeto del deseo, en eso, la mayoría de los hombres no han cambiado.
El histérico, en conflicto con su deseo también, se muestra lábil, ya expresivo y alegre, ya aprensivo y volátil. Tendrá sus ratos intelectuales y con cierta capacidad de insight, pero tal inteligencia es más bien un dejo frívolo, un detalle, un capricho que se concede a sí mismo y como toda inteligencia caprichosa es voluble y siempre tendenciosa. El histérico se vuelve seductor a través de su inteligencia, tratará de mostrarse conocedor y experimentado, aparentará simpatía para con verdaderos intelectuales, los frecuentará como parte de su imagen, pero en general evitará situaciones donde deba dar pruebas de genuina inteligencia y sensibilidad, pues como ya dijimos son sólo de ornato.
De este modo, el histérico limitado en la inteligencia y en conflicto con su tendencia a ser objeto de deseo por las prescripciones sociales se ve arrastrado a desplazar su malestar a otras formas de expresión, como lo es el trabajo, el ejercicio físico y, al final, al cuerpo, a expresar a través de él lo que es incapaz de expresar conscientemente, ahí tenemos a los que están compulsivamente obsesionados con la estética del cuerpo, pero que no gozan con su placer, los que también desarrollan somatizaciones como colitis, gastritis o jaquecas, los del mal genio y episodios violentos, los que dicen que sí y luego que no, los que dicen que si, pero no dicen cuando, los que dicen no, queriendo decir si. Como ya habíamos dicho, el histérico gusta del juego de caras y gestos, sólo que el mismo ignora que lo está jugando, mas eso no le impide exigir que el Otro descifre su complicado lenguaje.
Si, como hemos visto, la histérica sufre por no querer tomar conciencia y hacerse dueña de su propio deseo, el histérico entra en conflicto al querer ser objeto de deseo y no aceptar tal tendencia. La cultura falocéntrica y patriarcal señala papeles muy claros en cuenta a quien debe ser objeto y sujeto del deseo. El hombre debe ser el deseante, la mujer debe darse a desear. Sin embargo, no siempre sucede así. Numerosos ejemplos tiene la historia acerca de personas cuyo papel frente al deseo ha diferido del socialmente adjudicado y en la mayoría de las ocasiones el desenlace ha sido por lo menos dramático.
En nuestros días vemos cambios progresivos en los papeles asignados a los hombres y a las mujeres. Vemos a estas últimas accediendo cada vez más a puestos importantes, a decidir más sobre su cuerpo y su reproducción, las vemos más preparadas, no sabemos si aceptando más su propio deseo. Sin embargo este proceso en los hombres, nos parece, no viene ocurriendo de manera similar. Porque los anteriores cambios se han ido dando en lo social, en lo que se debe mostrar en público, no así en las representaciones mentales más íntimas. Allí se concentran esas nociones acerca de cómo ser hombre y su posición frente al deseo, siempre como sujeto del deseo, en eso, la mayoría de los hombres no han cambiado.
El histérico, en conflicto con su deseo también, se muestra lábil, ya expresivo y alegre, ya aprensivo y volátil. Tendrá sus ratos intelectuales y con cierta capacidad de insight, pero tal inteligencia es más bien un dejo frívolo, un detalle, un capricho que se concede a sí mismo y como toda inteligencia caprichosa es voluble y siempre tendenciosa. El histérico se vuelve seductor a través de su inteligencia, tratará de mostrarse conocedor y experimentado, aparentará simpatía para con verdaderos intelectuales, los frecuentará como parte de su imagen, pero en general evitará situaciones donde deba dar pruebas de genuina inteligencia y sensibilidad, pues como ya dijimos son sólo de ornato.
De este modo, el histérico limitado en la inteligencia y en conflicto con su tendencia a ser objeto de deseo por las prescripciones sociales se ve arrastrado a desplazar su malestar a otras formas de expresión, como lo es el trabajo, el ejercicio físico y, al final, al cuerpo, a expresar a través de él lo que es incapaz de expresar conscientemente, ahí tenemos a los que están compulsivamente obsesionados con la estética del cuerpo, pero que no gozan con su placer, los que también desarrollan somatizaciones como colitis, gastritis o jaquecas, los del mal genio y episodios violentos, los que dicen que sí y luego que no, los que dicen que si, pero no dicen cuando, los que dicen no, queriendo decir si. Como ya habíamos dicho, el histérico gusta del juego de caras y gestos, sólo que el mismo ignora que lo está jugando, mas eso no le impide exigir que el Otro descifre su complicado lenguaje.
Otra forma de desplazar los impulsos reprimidos es a través de los medios electrónicos como últimamente ha descubierto. Ahí esta el que escribe con condorosa pasión de sus sueños y deseos, seduciendo, invitando, llamando a compartirlos, pero he ahi que aparece lo patológico, lo compulsivo y lo narcisista, pues es sólo un escaparate, que está prohibido de tocar, pues eso haría al histérico tener que asumir sus chocosos deseos reprimidos y despertar a la realidad. Irónico, el histérico que tanto desea ser querido, aleja, obstruye, sabotea y destruye esas posibilidades. Todo un trastorno hecho y derecho.
El problema central de la histeria masculina, es pues, que el hombre desea, y acaso envidia, la capacidad no sólo de la mujer, --sino de otro hombres-- para expresar sus emociones, pero arrinconado por las premisas machistas de la cultura se vuelve un deseo peligroso siquiera de hacerse consciente, mucho más de llevarse a la realidad, se corre el riesgo de ser perseguido y señalado por los congéneres, rechazado por los padres y, por paradójico que pueda parecer, hostilizado y rechazado por las mujeres, quienes de víctimas de la cultura machista, pasan a victimarias y reproductoras de aquellas ideas y actitudes dominantes de las que tanto se han quejado y combatido.
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