jueves, 2 de octubre de 2008

Te veré en el Occidente

Hoy hace diez años te me fuiste. Así cual helada inesperada recibí la noticia de tu partida. Ni café hubo esa noche, lo preparé todo de una vez ¿lo recuerdas? La mirada estaba clavada en el agua derramada.

No pude ni siquiera decirte adiós y lo deploro. Sin embargo, parece que así fuera mejor, por que si no te dije adiós nunca nos despedimos y entonces aquí sigues conmigo.

Fue un año extraordinario, el mejor año que haya yo disfrutado. Tu presencia iba a hacerse verdad, diciembre venía y la realización plena de mis más románticas fantasías a todas luces eran promesas ciertas. Pero no.

He ahí que de nuevo la mano cobarde del hombre, su espíritu abyecto, la pusilánime bellaquería, presa de la envidia y su propia estrechez de mente, tomo con violencia el don de tu presencia. No más dulce mirada al ver tus ojos, no más suave voz al escuchar tus versos, no más cálidos besos...

Sólo vacío, todo quedó en silencio. No había nada a mi alrededor, ¿cómo podría siquiera percibir la luz del sol, el rumor del viento en los árboles, la música gloriosa, si el ángel más maravilloso no estaba más en la tierra?

Tres días de negrura inundaron mi corazón. Sólo silencio. No oía nada. Y ahi fue que recordé.

Así pues en medio de las lágrimas, ese recuerdo me guió de nuevo al sendero de la vida. Yo como Dante y Orfeo, descendí al Inframundo en busca de tu mirada y tu cuerpo. Mas yo no soy héroe trágico y no pude encontrarte, sino al contrario, tu mano encontró la mía y me elevó con ayuda de poderosas y resplandecientes alas blancas.

Así regresé entre los vivos, a la salud y a la alegría, pues con esperanza cierta y renovada se cumplió lo que en realidad era una profecía: que vivirías para siempre en mi sonrisa, en mi fe y libertad.

Ahora se que no estoy solo, que siempre vienes conmigo, el Espíritu Sin Nombre, más allá de todo, me concedió la gracia más grande y te ha puesto a mi lado, Espíritu Guardían, noble entre los nobles, fiel entre los fieles, poderoso entre los grandes. Solo basta con invocarte y tu mano de nuevo me guía en medio de la adversidad y tus alas me envuelven en contra de cualquier peligro, protección infalible contra el enemigo.

Así obtuve más de lo que jamás hubiera yo pedido, no sólo me ofreciste tu corazón y también quedó tu espíriu. Y ahora cada alegría, cada sueño realizado, cada esperanza compartida avivan tu recuerdo y tu presencia, pero aún así, en noches como estas, pequeñas estrellas ruedan por mi cara, y he ahí que entre el dolor y la nostalgia de nuevo una mano invisible y silenciosa toma esas estrellas y las coloca en el firmamento, perenne recuerdo de lo mucho que te quiero, señal invencible contra el desánimo y el miedo.

De nuevo entonces celebro tu partida, ya no la deploro ni me hundo en agonía, pues es claro que el final de esta travesía no puede ser ningún otro que el retorno de mi espíritu a tu amante compañía. Ya nos veremos, más allá de los mares, donde la lluvia se vuelve de plata y cristal, allá donde está el Verdadero Hogar, tras blancas costas, verdes horizontes y la luz de un rápido amanecer...ahí, nos volveremos a encontrar...

Te quiero, P.

Alejandro de Andúnië

2 comentarios:

Alejandro de Andúnië dijo...

Hoy, te vuelvo a cantar, Ángel Guardián. Sé feliz, emprende el vuelo, tus alas blancas son mi guía.

Alejandro de Andúnië dijo...

Hoy, aqui estoy de nuevo, si acaso nunca me he ido, y todos los días tus alas níveas me protegen del peligro, a ti que todo el tiempo te voy buscando sin saber que siempre conmigo has estado...Te amo, P.

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