viernes, 17 de octubre de 2008

Añoranza

La verdad es que si lo extraño. No tengo por qué ocultarlo. Su plática me hace feliz. Su desbordado entusiasmo, su interminable charla, su desparpajado discurso. Tanta nobleza aderezada con un toque de ingenuidad experimentada.

Nunca he visto su rostro completamente (hasta ahora siempre ha sido algún grado de perfil) pero ya alcanzo a notar unas sienes donde descansa una inteligencia de niño: siempre alerta, siempre curiosa, difícil de engañar. La Hechicera de Kirikou ciertamente le temería.

Nunca he tocado su mano, ni aun en el saludo. Pero adivino un apretón fuerte, confiado, de quien se hace totalmente presente frente a otra persona porque definitivamente no puede hacerlo a medias, no hay almas light me diría.

Tampoco he sentido un abrazo suyo, pero tengo la certeza de que es un abrazo de extremo a extremo del universo, tan cálido como el mar de verano, tan fuerte como los torrentes de Iguazú, tan suave como la primera lluvia de abril, tan verdadero como le gustaría recibirlo.

Lo he leído con avidez y expectación. El periodismo, la novela y el misterio habitan en sus letras. De nuevo, no pudiera ser de otra manera, es su inmenso deseo de ser quién es cincelado en cada frase, en cada oración, en cada punto y letra.

Sólo he oido su voz y la oí desde la primera vez, porque no dudó ni un minuto que yo sería capaz de escucharlo, porque tuvo miedo y tuve miedo de tanta semejanza, de tan inesperado giro del destino, de tan poca casualidad involucrada en ello. Y su voz es clara, firme, genuina, y en aquella canción el deseo de volver a cantar en mí renació, cuando hacía mucho tiempo que yo ya no tenía motivos para hacerlo. Ahora no dejo de tararear su tonada.

Ahora está lejos. Ha emprendido un viaje un tanto incierto y despertó en su ser otras tantas incertidumbres que de algún modo ya estaban ahí, dormidas, inadvertidas. Este viaje ha requerido de todas sus fuerzas, de todo su conocimiento, de todo su humor. Aún no se cuál es el resultado. Le gusta, como todo buen anfitrión, dejar que el misterio envúelva el menú, dejando a sus comenzales saborearse el plato final. Sin embargo, por el tono de sus letras, no he podido evitar sentirme algo preocupado y se que me diría que no hay necesidad, pero tampoco lo puedo evitar. Mi preocupación es decisión mía y no es su responsabilidad, no le pido que haga nada, sólo me resta esperar.

Ahora empieza a llover, y miro a través de mi ventana esa lluvia que no cesa...no importa, La tormenta, como todo, pasará...

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