Entre las muchas y maravillosas historias contadas en este libro, destaca una que muestra la aguda mirada de Michael para observar el devenir de la humanidad en esos (y estos) tiempos.
Atreyu, un piel verde está apunto de ser engullido por la Nada que destruye el vasto imperio de Fantasía, junto a él yace un lobo negro como la pes, Gmork, una forma de la Nada y de otras fuerzas oscuras, servidor del poder que busca controlar a los seres humanos. Entonces Atreyu, que empieza a intuir los fines de la Nada, pregunta a Gmork:
--Hacer con ellos [los seres humanos]... ¿qué?
--Todo lo que se quiere. Se tiene poder sobre ellos. Y nada da un poder mayor sobre los hombres que las mentiras. Porque esos hombres, hijito, viven de ideas. Y éstas pueden dirigir. Ese poder es lo único que cuenta. Por eso yo también he estado al lado del poder y lo he servido, para poder participar de él... aunque de una forma distinta que tú y tus iguales.
--¡Yo no quiero participar de él!-- Balbuceó Atreyu.
--Calma pequeño necio --gruñó el hombre-lobo.
En cuanto te llegue el turno de saltar a a la Nada, serás también un servidor del poder, desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, pequeños fantasios, ser harán grandes negocios, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales...
Michael Ende, La historia interminable, Alfaguara
Los fantasios, al caer en la Nada se convertían en mentiras en el mundo de los Humanos, éstos al dejar e creer en Fantasía (y con ello en sus sueños más profundos) hacía cada vez más grande la Nada. Un círculo vicioso perfecto.
De este modo vemos como los humanos somos particularmente sensibles al efecto de las ideas, sean éstas ciertas o no, su fuerza es incontenible. Por ideas nos podemos enfermar y originar malestares en el cuerpo, por ideas podemos sostener hechos totalmente irracionales, por ideas podermos vivir .... o morir. En esta era de los medios electrónicos, ¿qué tanto reflexionamos sobre lo que creemos?
Un poco de escepticismo, de duda racional, no está por demás, aunque hoy día lo normal y lo deseable sea lanzarse a vivir intensamente lo inmediato, lo aparente, lo alcanzable. Un signo dudoso de pasión, de deseo de vivir, pues visto con cuidado podría ser lo contrario, una pobreza de fe en la vida, una incertidumbre que se extiende silenciosa por todas partes, que se identifica por la divisa: mejor lo uso hoy, porque mañana quién sabe. ¿Acaso el mañana nos parece tan incierto? Pues esto es, bajo esta óptica, el signo de la desesperanza, porque si no va a haber un mañana, no tiene caso hacer hoy nada por construir un mejor mañana.
De nuevo, hoy día la resistencia se tiene que hacer contra la normalidad, (como siempre ha sido) contra lo que todos parecen aceptar. No se trata de llevar el escepticismo a los extremos, no nos podemos dar ese lujo, sino de ejercitar nuestra capacidad de razonar, de encontrar nuestros deseos y reencontrarnos con ellos. Cuán diferente es un mundo donde sabemos lo que deseamos y sabemos que por ello vale la pena vivir hoy, pero también el día siguiente...
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