¿Alguna vez has pensado si sería posible decir todo lo que se piensa? Todo. ¿Podrías ponerle palabras a muchas cosas que sientes? ¿No has llegado a sentir que hay cosas que no podrías decir con palabras y, es más, que si las dijeras en palabras perderían su esencia? ¿A dónde se va un sueño que sabes que soñaste y no recuerdas? ¿Por qué perdemos justo los objetos que más necesitamos (llaves, tarjetas, números telefónicos, utensilios, etc.) cuando más los necesitamos? ¿Por qué nos equivocamos de nombre justo con la persona que amamos? ¿Qué se nos caiga de la mano algo justo cuando se lo estamos dando a alguien es simplemente un error casual? ¿Repetir constantemente un hábito que nos molesta y nos causa malestar es solamente eso, cuestión de hábitos de costumbres? ¿Por qué determinadas cosas cotidianas, insectos, animales, situaciones, objetos, nos causan temores inmensos si son cotidianos? ¿Por qué nos ponemos tan ansiosos ante la mera posibilidad de una ruptura? ¿Por qué rechazamos el sexo si es el mayor placer de la vida? ¿Por qué nos prohibimos el placer? ¿Por qué nos quitamos la vida o la quitamos?
La verdadera respuesta yace en la parte más arcaica, inmensa, poderosa y temida de nosotros: lo inconsciente.
Y verdadera en un sentido íntimo y personal, es decir la verdad de cada quien, referida al fondo de su corazón y de su mente, esa parte donde ya no puede esconderse detrás de nada ni fingir: queda expuesto ante si en toda su miseria y en toda su grandeza, en toda su bondad y en toda su malevolencia. Lo inconsciente es nuestra última verdad. Acceder a dicha región no es cosa fácil. Mil y un obstáculos, resistencias, se opondrán a su acceso a la consciencia, casi todo en la vida moderna está creado para evitar tal emergencia. Todo lo que tenga como fin entretener, enajenar, tranquilizar, convencer, adaptar, tendrá como máximo enemigo la parte inconsciente de la mente. Pero esta siempre intentará salir, dar su mensaje. Ahí está el síntoma.
Pero ¿qué es este mensaje del inconsciente que tanto teme la consciencia? Simple: el mensaje de nuestros verdaderos deseos. ¿Pero que lo que deseamos como trabajar, comer, tener sexo, no son nuestros verdaderos deseos? Quizá si, pero quizá no. Pregúntenle a todo aquel que teniendo a la mano la satisfacción de un deseo largamente anhelado da media vuelta y decide ignorar tal bendita oportunidad. Pregúntenle a aquel que sabe que si continua por el camino que va terminara herido o dañando a los demás y aun así continua. Pregúntenle a la anoréxica, al comedor compulsivo, al deprimido, al celoso, al miedoso, al pretencioso, al mentiroso, al que le gusta el juego de ser la víctima, al victimario. Pregúntenle al inconforme, al huérfano, al homicida.
No somos lo que pensamos, ni lo que creemos ni lo que vemos al espejo. La razón aquí ve reducido su reino a un minúsculo estado títere en medio de un vastísimo imperio sin límites. Somos nuestros deseos, los buenos y los malos, los de la vida y los de la muerte. De ahi lo importante que es tratar de ver más allá del espejo y ver quienes somos realmente. Ser honestos, dejar de engañarnos. Es una forma de liberación.
Es por ello que el psicoanálisis es tan rechazado. No es para menos. El psicoanálisis desnuda. Nos despoja de máscaras y fingimientos y nos confronta con la verdad de nuestro ser, lo cual es el principio de un camino de honestidad para con uno mismo, para saber quienes somos realmente y encontrar nuestro lugar en el mundo. Es un acto de libertad, vuelvo a insistir, y quizás es el primer acto de libertad genuina en la vida de muchas personas. Pero no es promesa de felicidad eterna, no es el "y vivieron felices por siempre". Conflictos seguirá habiendo, pero es una gran diferencia sufrirlos en la ignorancia a la posibilidad de transigir con ellos. Cambiar de posición frente a los pesares de la vida y notar que muchos de ellos son opcionales. Que no es necesario tomar cursos de control del estrés o del enojo si para empezar nos damos cuenta de que frente a muchas cosas es opcional enojarse. Que el pasado, aunque doloroso muchas veces, no es un lastre obligatorio de cargar para el resto de la vida. Que ser uno mismo no es pecado, sino quizás el mayor acto de amor y libertad que los humanos podemos realizar. De ahí que sea tan importante hablar y escuchar. Poner la palabra en lugar del síntoma.
1. Como si se tratara de un iceberg, la consciencia sería esa pequeña parte que sobresale del agua, mientras que lo inconsciente se mantiene oculto bajo ella, inmenso, secreto, pero presente, siempre presente.
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