Estoy destinado a grandes cosas, pero no a las "grandes" cosas que impone la modernidad de hoy: dinero, posición y reconocimiento social, éxito económico. Estoy llamado a un éxito más modesto, pero más grande y personal: ser mejor persona, ser una buena persona, ser quien soy.
Esto me lleva por otros senderos; me hace necesitar otras cosas, otra gente, otras formas de pensar. Y es difícil, porque en ese camino no suele haber muchos otros viajeros, para hablar, pedir consejo, contemplar el paisaje o compartir las penurias del camino.
Mi ideal sería que en este camino que emprendo hubiera otro caminante, que si bien puede no tener un idéntico itinerario que el mío, quiera compartir y sentir conmigo las penas y alegrías del camino común, cada quien a su especial modo, pero al unísono como instrumentos en la sinfonía.
Pero hoy me queda claro que eso es difícil. Hay demasiado ruido, demasiadas voces ¿A quién hacerle caso? Incluso, a veces lo que hay es abandono y ahí la cuestión es que no hay a quien hacerle caso. Y en este camino tan particular en verdad que hay muchos momentos en los que uno puede llegar a desorientarse, incluso a confundir y desesperar. Ahí vimos que éste no era el camino de muchos y quedamos aún más pocos. Esto me llenó de ansiedad, de incertidumbre, incluso de amargura, pero cuando quise volver y andar por otro camino las cosas siguieron igual y me resultó notorio que debía regresar a mi camino, no por costumbre, ni comodidad, ni por pusilanimidad, ni por miedo a la pusilanimidad, sino porque ES mi propio camino.
Además, las promesas tranquilizadoras del consumismo me son cada vez menos tranquilizadoras y si cada vez más inquietantes. Siendo cada vez más claro que lo que me tranquiliza es la belleza, la calma, la ternura inesperada que asoma en mi corazón al contacto con la inesperada ternura de los demás.
Este camino me ha dado tantos aprendizajes, la mayoría sin que yo me los propusiera, acaso si los necesitara. Hoy soy capaz de expresar claramente tales aprendizajes, pero considero que aún no puedo valorarlos en su justa dimensión y darles la importancia que tienen en mi persona y su estratégica idoneidad para el camino que sigo. Es parte de esas deliciosas agridulces sorpresas que tiene el camino de la vida.
Ahora, sin lugar a dudas, seguiré caminando, porque aún en medio de la confusión y el ruido, sigo escuchando tímida y quizás ingenuamente, el claro goteo de un manantial de vida, del repique de una campana de esperanza, de un resplandor de fe.
Así de nuevo, en la búsqueda de rutas sin mapas ni brújulas, seguiré atenido a las más simples indicaciones, las que me identifican con mis ancestros y todos los grandes hombres que me precedieron en este mismo camino: la intuición, la honestidad, la inteligencia, la sensibilidad al llamado de mi corazón.
Y seguiré esperanzado en encontrar a alguien cuyo camino lo nos acerque para vivir las penas y alegrías de la vida, el pensamiento, la belleza, el asombro del milagro del mundo; y con recogimiento y devoción entregarnos a la contemplación de la vida, y con valor y decisión a su disfrute y conservación. Ayudar a otros viajeros. A bailar el ritmo contundente con el que danza el universo y, en silencio, tomados de la mano, en el vaivén de nítidas miradas llenas de lucidez, tomar conciencia del profundo deseo de amar que nos emana de la parte más íntima del ser.
Ese es mi camino y hacia allá me dirijo, sigo adelante, siempre adelante, como ya dije alguna vez....
¿Ves por que no puedo cambiar de camino? Ahora, ¿Quieres venir conmigo?...
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