Los hombres viven bajo un código secreto, pero eminentemente explícito. Todos y cada uno de ellos lo conocen, aun cuando nunca haya sido mencionado expresamente, no obstante, sus prescripciones siempre han sido claras. Si, esto es una paradoja a todas luces. Más así es la realidad algunas veces, reta a toda lógica evidente.
El código del que hablo es el código de la masculinidad, las reglas para ser hombre. ¿Es que acaso deben seguirse reglas para ser hombre? Por supuesto. Pero es obvio que estas reglas, dada su naturaleza omnipresente y cotidiana, que han pasado a formar parte del reino de la costumbre y ya no son percibidas claramente sino solo cuando se les rompe, cuando no se les sigue al pie de la letra.
Entre las varias reglas que sigue el ser hombre está el ser práctico, las abstracciones demasiado sofisticadas son para los filósofos, los monjes, que ciertamente tienen de hombre el mero de hecho de gozar de un status especial, porque de no tenerlo fácilmente serían echados del gremio de los hombres por no producir nada tangible con su trabajo. Otra consiste es ser emocional y físicamente fuertes. Ahí entonces el pecado capital es mostrar ternura o ser receptivo a ella.
Y la ternura siempre ronda todos los lugares donde estoy. Es evidente que cada paso que he dado lleva consigo alguna dosis de dramatismo. Este no es gratuito, ni patetismo, es tan perenne y esencial que fluye con la sangre misma. Es tan evidente esta ternura y su realción con la profunda sensibilidad para percibir el mundo, como el denodado rechazo que la masculinidad machista y amputada levantan cada vez que la ostento. De esto ya hemos hablado. De otros hombres cabría esperarlo. De tí no. El silencio que he guardado ha sido un profundo duelo. ¿Lo reconocerás? Parece que no, tu proceder es similar a de esos hombres machistas castrados y cercenados de su sensibilidad, ironías de la vida, la misma que tu reclamas...y eso es una gran tristeza.
El lugar de la ternura, como el de la soledad, es un lugar rechazado por las convenciones sociales, siendo los códigos machistas quienes más lo han proscrito. Y qué pena. Al no ejercer su capacidad de la ternura los hombres pierden una enorme habilidad y no desarrollan una inteligencia fundamental para comprender el mundo, pues podrán ser muchas cosas, pero para la comprensión emocional del mundo son unos verdaderos inútiles, discapacitados sería un eufemismo. No, esto no es reproche, ni queja. La estúpida presunción pseudointelectual con la que te proteges no te permitiría más que despreciar el trémulo silencio respetuoso que mantengo frente a tu pomposo despliegue de galante patanería. Es simplemente absurdo. Pero si a algo le tienen miedo los hombres machistas es a la ternura y peor aún, a su propia ternura. Pobres lisiados, que la vida se apiade de ellos.
El código del que hablo es el código de la masculinidad, las reglas para ser hombre. ¿Es que acaso deben seguirse reglas para ser hombre? Por supuesto. Pero es obvio que estas reglas, dada su naturaleza omnipresente y cotidiana, que han pasado a formar parte del reino de la costumbre y ya no son percibidas claramente sino solo cuando se les rompe, cuando no se les sigue al pie de la letra.
Entre las varias reglas que sigue el ser hombre está el ser práctico, las abstracciones demasiado sofisticadas son para los filósofos, los monjes, que ciertamente tienen de hombre el mero de hecho de gozar de un status especial, porque de no tenerlo fácilmente serían echados del gremio de los hombres por no producir nada tangible con su trabajo. Otra consiste es ser emocional y físicamente fuertes. Ahí entonces el pecado capital es mostrar ternura o ser receptivo a ella.
Y la ternura siempre ronda todos los lugares donde estoy. Es evidente que cada paso que he dado lleva consigo alguna dosis de dramatismo. Este no es gratuito, ni patetismo, es tan perenne y esencial que fluye con la sangre misma. Es tan evidente esta ternura y su realción con la profunda sensibilidad para percibir el mundo, como el denodado rechazo que la masculinidad machista y amputada levantan cada vez que la ostento. De esto ya hemos hablado. De otros hombres cabría esperarlo. De tí no. El silencio que he guardado ha sido un profundo duelo. ¿Lo reconocerás? Parece que no, tu proceder es similar a de esos hombres machistas castrados y cercenados de su sensibilidad, ironías de la vida, la misma que tu reclamas...y eso es una gran tristeza.
El lugar de la ternura, como el de la soledad, es un lugar rechazado por las convenciones sociales, siendo los códigos machistas quienes más lo han proscrito. Y qué pena. Al no ejercer su capacidad de la ternura los hombres pierden una enorme habilidad y no desarrollan una inteligencia fundamental para comprender el mundo, pues podrán ser muchas cosas, pero para la comprensión emocional del mundo son unos verdaderos inútiles, discapacitados sería un eufemismo. No, esto no es reproche, ni queja. La estúpida presunción pseudointelectual con la que te proteges no te permitiría más que despreciar el trémulo silencio respetuoso que mantengo frente a tu pomposo despliegue de galante patanería. Es simplemente absurdo. Pero si a algo le tienen miedo los hombres machistas es a la ternura y peor aún, a su propia ternura. Pobres lisiados, que la vida se apiade de ellos.
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