viernes, 12 de junio de 2009

El gato que caminaba solo

A Zesde:
en tu Vigésimoquinto cumpleaños,
Inteligencia e intuición gatuna





Al día siguiente, el Gato aguardó para ver si alguna otra criatura salvaje se dirigía a la cueva, pero como nadie se movió, el Gato fue allí solo, y vio a la Mujer ordeñando a la Vaca, y vio la luz del fuego en la cueva, y olió el aroma de la leche blanca y tibia.

- Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo - dijo el Gato - , ¿a dónde ha ido Vaca Salvaje?

La Mujer rió y respondió:

- Criatura salvaje de la salvaje espesura, regresa a los bosques de donde has venido, porque ya he trenzado mi cabello y he guardado la paletilla, y no nos hacen falta más amigos ni servidores en nuestra cueva.
- No soy un amigo ni un servidor - replicó el Gato - . Soy el Gato que camina solo y quiero entrar en vuestra cueva.
- ¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? - preguntó la Mujer.
- ¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? - inquirió el Gato, enfadado.

Entonces la Mujer se rió y respondió:

- Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar.

Fingiendo estar compungido, el Gato dijo:

- ¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré beber la leche blanca y tibia? Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera a un gato.
- Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. Por eso voy a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva.
- ¿Y si me dices dos palabras de alabanza? - preguntó el Gato.
- Nunca las diré - repuso la Mujer - , mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte en la cueva junto al fuego.
- ¿Y si me dijeras tres palabras? - insistió el Gato.
- Nunca las diré - replicó la Mujer - , pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos.

Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo:

- Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo - y se alejó a través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su propia y salvaje soledad

Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien.
El Gato se fue lejos, muy lejos, y se escondió en la salvaje v húmeda espesura sin más compañía que su salvaje soledad durante largo tiempo, hasta que la Mujer se olvidó de él por completo. Sólo el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que colgaba del techo de la cueva sabía dónde se había escondido el Gato y todas las noches volaba hasta allí para transmitirle las últimas novedades.
Una noche el Murciélago dijo:

- Hay un Bebé en la cueva. Es una criatura recién nacida, rosada, rolliza y pequeña, y a la Mujer le gusta mucho.
- Ah - dijo el Gato, sin perderse una palabra - , pero ¿qué le gusta al Bebé?
- Al Bebé le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas - respondió el Murciélago - . Le gustan las cosas cálidas a las que puede abrazarse para dormir Le gusta que jueguen con él. Le gustan todas esas cosas.
- Ah - concluyó el Gato - , entonces ha llegado mi hora.

La noche siguiente, el Gato atravesó la salvaje y húmeda espesura y se ocultó muy cerca de la cueva a la espera de que amaneciera. Al alba, la mujer se afanaba en cocinar y el Bebé no cesaba de llorar ni de interrumpirla; así que lo sacó fuera de la cueva y le dio un puñado de piedrecitas para que jugara con ellas. Pero el Bebé continuó llorando.
Entonces el Gato extendió su almohadillada pata y le dio unas palmaditas en la mejilla, y el Bebé hizo gorgoritos; luego el Gato se frotó contra sus rechonchas rodillas y le hizo cosquillas con el rabo bajo la regordeta barbilla. Y el Bebé rió; al oírlo, la Mujer sonrío.
Entonces el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que estaba colgado a la entrada de la cueva dijo:

- Oh, anfitriona mía, esposa de mi anfitrión v madre de mi anfitrión, una criatura salvaje de la salvaje espesura está jugando con tu Bebé y lo tiene encantado.
- Loada sea esa criatura salvaje, quienquiera que sea - dijo la Mujer enderezando la espalda - , porque esta mañana he estado muy ocupada y me ha prestado un buen servicio.

En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando la Mujer fue a recogerla... ¡hete aquí que el Gato estaba confortablemente sentado dentro de la cueva!

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.

Ryudard Kipling, El gato que caminaba solo. Extracto.
Texto completo:
http://ellibrodelosgatos.blogspot.com/2006/09/rudyard-kipling-el-gato-que-caminaba.html

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