Bastian Baltazar Bux había viajado a la pálida luz del amanecer y lo había perdido todo, solo le quedaban algunos recuerdos, ni siquiera la gloriosa espada Sikanda quiso conservar. Y después de mucho vagar por fin llego a la orilla de una especie de valle que descendía suavemente y en el fondo se levantaba una ciudad. O al menos eso parecía, porque mirando con detenimiento a la ciudad, Bastian notó que las construcciones tenían las formas más inverosímiles e irracionales concebibles. Escaleras que llevaban al vacío, arcos construidos a la mitad, torres que colgaban del techo, ventanas por puertas, puertas en el piso, en fin, toda la ciudad daba la impresión de locura.
Bastian no sabia qué hacer, y fue entonces que se dió cuenta que en la ciudad habitaban muchas personas. Todos parecían febrilmente ocupados, llevando de aquí para allá cajas y cestos con innumerables y por demás distintos objetos: charolas, pelotas, lámparas de escritorio, alimentos, cacharros, telas, herramientas, plantas, papeles, instrumentos, pinturas..., en fin, una inmensa mudanza en movimiento. Además su indumentaria era particularmente insólita, pues no vestían ropas comunes sino una colección de alfombras, cortinas, toallas, cajas de cartón, periódicos y cachivaches a guisa de sombreros y accesorios. Bastian intentó hablar con ellos, pero cada vez que interpelaba a alguno de estos inefables personajes se quedaban pensando, reflexionando y rascándose la cabeza en señal de profunda concentración para no decir nada y seguir su camino como si no recordaran las preguntas que Bastian les había hecho o seguían con sus descabelladas actividades como tratar de pegar estampillas postales en pompas de jabón o tratar de rasurar un espejo.
Bastian se encontraba en la Ciudad de los Antiguos Emperadores a donde terminaban tarde o temprano todos aquellos que se habían convertido en Emperadores de Fantasía, o al menos lo habían intentado. Eran humanos que habían viajado a Fantasía y no habían vuelto de nuevo a nuestro mundo. Al principio no querían, ahora no pueden ya.
Bastian no sabia qué hacer, y fue entonces que se dió cuenta que en la ciudad habitaban muchas personas. Todos parecían febrilmente ocupados, llevando de aquí para allá cajas y cestos con innumerables y por demás distintos objetos: charolas, pelotas, lámparas de escritorio, alimentos, cacharros, telas, herramientas, plantas, papeles, instrumentos, pinturas..., en fin, una inmensa mudanza en movimiento. Además su indumentaria era particularmente insólita, pues no vestían ropas comunes sino una colección de alfombras, cortinas, toallas, cajas de cartón, periódicos y cachivaches a guisa de sombreros y accesorios. Bastian intentó hablar con ellos, pero cada vez que interpelaba a alguno de estos inefables personajes se quedaban pensando, reflexionando y rascándose la cabeza en señal de profunda concentración para no decir nada y seguir su camino como si no recordaran las preguntas que Bastian les había hecho o seguían con sus descabelladas actividades como tratar de pegar estampillas postales en pompas de jabón o tratar de rasurar un espejo.
Bastian se encontraba en la Ciudad de los Antiguos Emperadores a donde terminaban tarde o temprano todos aquellos que se habían convertido en Emperadores de Fantasía, o al menos lo habían intentado. Eran humanos que habían viajado a Fantasía y no habían vuelto de nuevo a nuestro mundo. Al principio no querían, ahora no pueden ya.
-¿Por qué no pueden ya?- preguntó Bastian
-Tienen que desearlo. Pero ya no desean nada. Han gastado su último deseo en alguna otra cosa.
-¿Su último deseo?- preguntó Bastian con los labios pálidos. -Entonces, ¿no se puede desear tanto como se quiera?
-Sólo puedes desear cosas mientras te acuerdes de tu mundo. Los que están aquí han agotado todos sus recuerdos. Quien no tiene ya pasado tampoco tiene porvenir. Por eso no envejecen. ¡Míralos! ¿Podrías creer que muchos de ellos llevan aquí mil años e incluso más? Por eso se quedan como son. Para ellos no puede cambiar nada, porque ellos mismo no pueden ya cambiar...
Michael Ende, La historia interminable, p. 358
A Bastian se le vino el mundo encima. Sintió que debía salir lo más rápido de esa ciudad de locos. Pero el camino de entrada es más fácil que el de salida. Aún así esto le fue dicho a Bastian: para salir necesitas encontrar un deseo que te devuelva a tu mundo.
Bastian contaba aun con algunos deseos, por lo que le fue concedida la salida de la Ciudad de los Antiguos Emperadores. Permaneció un rato aún sin moverse. Lo que había sabido lo confundía y desconcertaba ranto que no podía tomar ninguna decisión. Todos sus objtivos y planes anteriores se habían derrumbado de golpe. Le parecía como si, en su interior, todo se hubiera puesto cabeza abajo...Lo que había esperado resultaba ser su perdición y lo que había odiado su salvación.
Bastian contaba aun con algunos deseos, por lo que le fue concedida la salida de la Ciudad de los Antiguos Emperadores. Permaneció un rato aún sin moverse. Lo que había sabido lo confundía y desconcertaba ranto que no podía tomar ninguna decisión. Todos sus objtivos y planes anteriores se habían derrumbado de golpe. Le parecía como si, en su interior, todo se hubiera puesto cabeza abajo...Lo que había esperado resultaba ser su perdición y lo que había odiado su salvación.
Op. Cit. 362
Y así dejo Bastian la Ciudad de los Antiguos Emperadores, confundido y tratando de no hacer uso de ÁURYN y conservar sus deseos. Pero los deseos no se pueden provocar ni reprimir a placer. Surgen en nosotros de profundidades más profundas que todas las intenciones, sean buenas o malas. Y surgen inadvertidos.
Sin que Bastian se diera cuenta de ellos, se estaba formando en él un nuevo deseo, que poco a poco iba tomando forma concreta...
Sin que Bastian se diera cuenta de ellos, se estaba formando en él un nuevo deseo, que poco a poco iba tomando forma concreta...
1 comentario:
Magnífico!!!
Simplemente Magnífico!!!
Que bonito mensaje... damn! sin palabras.
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