Muchos han hablado de momentos críticos en la existencia de todo ser humano. Momentos que marcan el devenir de su historia, que configuran su destino y alteran su presente. Son momentos fundacionales, constituyentes. No se podrían señalar determinados momentos para todas las personas, sería imposible, pues cada persona podría encontrarse en el mismo momento que para otra fue fundacional y no serlo para ella. Estos momentos pueden tomar diversas formas y circunstancias, pero hay una serie de estos que son particularmente importantes y toman la forma de una pregunta.
No es cualquier pregunta, es una pregunta cuya sola enunciación tiene tintes verdaderamente solemnes, evoca, invoca y convoca al presente, pasado y futuro de la persona. Su pronunciación es harto complicada, a veces muy dolorosa, pero siempre definitoria. El pronunciarla no debe nunca pasar desapercibido ni ignorarse si se está en presencia de tal pronunciamiento. Es un acto donde todo el ser se aparece y se hace presente, es una especie de apoteosis del existir. Pero dado que una pregunta amerita respuesta, en este caso la respuesta es vital para el individuo en cuestión. En esta respuesta se juega la identidad del ser. No puedo dar ejemplos de estas preguntas, cada quien sabe en su corazón cuál es una gran pregunta en su vida. Pero estas preguntas no son hechas a ningún interlocutor terrestre, de ser así no son de las que hablamos aquí, son dirigidas hacia la vida misma, por lo tanto son sagradas.
Las preguntas sagradas definen la vida, independientemente de si se logra obtener respuesta o no, pues en la búsqueda de tal respuesta se emprenden las grandes jornadas de la vida, general angustia, dolor, pero también fe, fuerza y esperanza. Generan carácter, son constitutivas, fundamentales. Las preguntas sagradas se formulan hacia uno mismo y hacia la vida. Nos acercan a nuestra esencia o nos pierden de ella. Son un evento cósmico.
¿Ya sabes cuál es tu pregunta sagrada?
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