lunes, 15 de noviembre de 2010

Recorriendo la Adultez



"Cada vez que buscamos fuera algo nos está llamando dentro"
Artea

Las cosas han cambiando. Todo es igual y sin embargo, tan diferente. No, no son las cosas, es la mirada la que ahora mira diferente. La luz triste y el aire reseco de octubre, que todo lo deja polvoriento y gris, signo inevitable de la venida del otoño, que tantas otras veces a mi corazón había llenado de nostalgia, sigue ahí, pero no la nostalgia. O quizá si, o quizá sólo soy más fuerte.

Hace menos de un año celebraba mi arribo a la adultez  y la vida no ha dejado de permitirme practicar tal hito, con numerosas pruebas y oportunidades, singulares hechos maravillosos que sólo al secreto de mis ojos revelan su cautivador significado: la adultez está siendo recorrida. Ahí y acá los detalles lo comprueban, cómo me gustaría que pudieras ver el mundo desde acá, qué supieras por todo lo que he pasado, todo lo que me ha costado y cómo, sin darme cuenta, tantas cosas se han realizado.

La palabra ahora es más clara, más fuerte, más contundente. La risa más fácil, más constante, más ligera. El pensamiento más agudo, más profundo, más abierto. Las pasiones más reposadas, más longevas, más arraigadas. Los sueños igual de intensos, los deseos más directos y las voluntades más coordinadas. Estar y Ser en el mundo. Reencontrarse con la Misión y lanzarse a su realización. El corazón sigue siendo la brújula y la razón es más sensata. Las apariencias ya no son menos aparentes y las pretensiones inmediatamente descartadas. Aún duelen las promesas rotas, pero poco a poco son reemplazadas por lealtades ciertas y precauciones bien tomadas. De algún modo es también un renacer. 

La esperanza vuelve a estar a mi lado, pero ya no es una carga, ni me impide que me la den desde otros lados. Las decisiones, por tanto, más contundentes y no anticipos de naufragios. La mirada definitivamente alcanza a ver más lejos y el corazón escucha con más calma. El Destino toma forma, el temor enseña, la razón manda. Veo de nuevo ese día que leía sobre mi querida Sor Juana, y que claro fui contra la soberbia y la inescrupulosidad, no importó que perdiera el premio, la dignidad vale eso y más. Gané, además, una poderosa amistad. Veo, con un asombro inmenso pero calmado, como se repite ese día y vuelve a mi el idealismo apasionado de la adolescencia, matizado con la contundente serenidad de un espíritu templado.

Y pasó lo mismo, pero al doble, en el último viaje. Una alma del pasado fue reencontrada y una del presente acercó su destino al mío. Con la primera el intenso choque de mentes trabajadas, removió pudores intelectuales que ni sirven ni hacen falta, alentó el vuelo en altos cielos del pensamiento y retornó el goce y privilegio de saberme racional y humanista, digno exponente del Legado de mi Alma Máter. Y con la segunda quedó confirmado el amor a la vida que profeso, pues su actuar fue un volverse realidad de esperanzas y esfuerzos por cambiar el oscuro devenir del mundo enciendo mentes y corazones que realizan sus deseos y se elevan sobre sus propias dudas y temores para encontrarse a sí mismos en el fragor de la batalla, que cual parteaguas vital, les muestra que fueron uno y ahora otro, adueñándose de su destino, e iniciando un dignísimo discipulado. 

Así, el viaje, si bien ha sido accidentado, a pocos meses de haber iniciado da pruebas de remontarse a muchos años, lágrimas, sonrisas, temores, certezas, incertidumbres, fortalezas y esperanzas. Que la libertad no sólo no me ha abandonado, sino que incluso la provoco e incito a la civil desobediencia que mi maestro Fromm bien dejó enseñada. Este camino se torna más y más interesante, y si bien aún hay heridas que duelen, son como las nubes que pasan el sol, oscurecen, pero pasan.


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