De este modo, en parte por los viajes de los barcos, en parte por la ciencia y la lectura de las estrellas, los reyes de los Hombres supieron que el mundo era en verdad redondo, y sin embargo aún se permitía a los que Eldar partieran y navegaran hacia el Antiguo Occidente y a Avallonë, si así lo querían. Por tanto, los sabios entre los Hombres decían que tenía que haber un Camino Recto, para aquellos a quienes se les permitiera descubrirlo. Y enseñaban que aunque el nuevo mundo estuviera torcido, el viejo camino y el sendero del recuerdo del Occidente todavía estaban allí, como si fuera un poderoso puente invisible que atravesara el aire del aliento y del vuelo (que eran curvos ahora, como el mundo), y cruzara el Ilmen, que ninguna carne puede cruzar sin asistencia, hasta llegar a Tol Eresëa, la Isla Solitaria, y quizás aún más allá, hasta Valinor, donde habitan todavía los Valar y observan el desarrollo de la historia del mundo.
Y cuentos y rumores nacieron a lo largo de las costas del mar acerca de marineros y Hombres abandonados en las aguas, que por algún destino o gracia o favor de los Valar habían visto como se hundía por debajo de ellos la faz del mundo, y de ese modo habían llegado al puerto de Avallónë, con lámparas que iluminaban los muelles, o en verdad a las últimas playas de Aman; y allí habían contemplado la Taniquetil, terrible y hermosa, antes de morir.
La Akallabeth,
J. R. R. Tolkien
J. R. R. Tolkien
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