Hacia el Occidente
Colección de miradas, recuerdos, pasiones y pensamientos durante el viaje hacia el más Lejano Occidente
domingo, 22 de septiembre de 2013
Sellar un pacto
Habremos de sellar un pacto, un pacto secreto, un pacto de silencio. Un pacto signado en la mirada y la caricia, que se eleva y se matiza con los tonos de la vida. Un pacto de cariño que se afirma cada día, a cada instante, con cada gesto, con cada vez que mi mano toca tu hombro o tu mano acaricia mi cabello. Un pacto que pasará duras pruebas, de confianza, de distancia, de silencio o de ruido, pero serán superadas por la clara prueba de realizar proezas por seguir unidos y cumplir el pacto. Porque el pacto es en si una proeza, la proeza de creer en uno en el otro, uno en uno mismo, uno en la vida, día a día. Hagamos proezas.
Alejandro de Andúnië
jueves, 20 de junio de 2013
El amor no son sólo detalles
¿Cómo
les diré? El amor no son sólo detalles y apapachos, besos y tomarse de
las manos. No es solo la descarga de adrenalina y deseo que su cuerpo y
olor nos provoca. No solo es la callada complicidad y comprensión de
gestos en silencio sin mediar palabras. No solo es la compañía cierta,
el consuelo a tiempo, el apoyo generoso. Hay un algo más allá que hace
todo esto posible y más. Un algo que es difícil de explicar porque en
estos tiempos es un algo que se tiende a menospreciar y olvidar y por
ello amargas lágrimas hemos de probar o provocar.
Hay una parte del amor que es mística, así en pocas palabras. Una parte que se expresa cuando uno o el otro pueden expresar en silencio su sensibilidad religiosa (religiosa en el sentido más amplio del término), su búsqueda profunda con lo trascendente y con el todo, que puede abrir los brazos a la insondable inmensidad del alma y no le da miedo, porque para hacer eso hay que tener... Valor, valga hay que haberse aventurado en la propia profundidad espiritual. La palabra Espíritu aquí toma un sentido rotundo: el amor es amar desde y para el espíritu, trascender de la superficie mundana, de la inteligencia y persona intermedia y alcanzar la densidad inmaculada del espíritu interior abierta sólo a otro espíritu despierto. Las manos, en tanto cuerpo, no son el vehículo adecuado, como intermediarias, pues no pocas veces distorsionan la experiencia de lo espiritual. Por ello, en muchas ocasiones, aunque nos abracen no nos sentimos protegidos ni consolados, pues no somos "tocados" en el espíritu, sino sólo en la piel, en la superficie.
Así, una persona superficial es, en efecto, una persona que desdeña lo espiritual, (quizá porque a su vez desde niño tampoco le ha sido permitida la experiencia de su propia espiritualidad) y lo relega como vil ficción o "cosa de viejas" fuera de su campo de experiencias, teniendo sexo, por ejemplo de algún acercamiento, pero nunca llega a estar "acompañado", no se lo permite ni lo concede, pues no cree que tal cosa siquiera exista. No tardará mucho en quedarse vacío. Las almas no pueden ser utilizadas como objetos o pierden su esencia. No significa que el sexo sea malo, ¡Todo lo contrario! Lo que decimos es que el sexo sin su dimensión espiritual es solo ejercicio cardiovascular y un tentempié: sabe rico, pero no nutre.
Así pues el amor es concordancia, encuentro, sostén, apertura, recogimiento ante la experiencia espiritual del ser amado, previa experiencia consciente de la propia. Podemos afirmar con certeza, que los amores duraderos están cimentados, más allá de todo, en el compartir un espacio espiritual común, aunque sin dejar de ser individual, fundado en el respeto y la entrega: al amarte a ti me amo a mi, amo a mis semejantes, amo al mundo.
Benditas sean las almas que se aman desde el cuerpo y llegan hasta el espíritu.
Hay una parte del amor que es mística, así en pocas palabras. Una parte que se expresa cuando uno o el otro pueden expresar en silencio su sensibilidad religiosa (religiosa en el sentido más amplio del término), su búsqueda profunda con lo trascendente y con el todo, que puede abrir los brazos a la insondable inmensidad del alma y no le da miedo, porque para hacer eso hay que tener... Valor, valga hay que haberse aventurado en la propia profundidad espiritual. La palabra Espíritu aquí toma un sentido rotundo: el amor es amar desde y para el espíritu, trascender de la superficie mundana, de la inteligencia y persona intermedia y alcanzar la densidad inmaculada del espíritu interior abierta sólo a otro espíritu despierto. Las manos, en tanto cuerpo, no son el vehículo adecuado, como intermediarias, pues no pocas veces distorsionan la experiencia de lo espiritual. Por ello, en muchas ocasiones, aunque nos abracen no nos sentimos protegidos ni consolados, pues no somos "tocados" en el espíritu, sino sólo en la piel, en la superficie.
Así, una persona superficial es, en efecto, una persona que desdeña lo espiritual, (quizá porque a su vez desde niño tampoco le ha sido permitida la experiencia de su propia espiritualidad) y lo relega como vil ficción o "cosa de viejas" fuera de su campo de experiencias, teniendo sexo, por ejemplo de algún acercamiento, pero nunca llega a estar "acompañado", no se lo permite ni lo concede, pues no cree que tal cosa siquiera exista. No tardará mucho en quedarse vacío. Las almas no pueden ser utilizadas como objetos o pierden su esencia. No significa que el sexo sea malo, ¡Todo lo contrario! Lo que decimos es que el sexo sin su dimensión espiritual es solo ejercicio cardiovascular y un tentempié: sabe rico, pero no nutre.
Así pues el amor es concordancia, encuentro, sostén, apertura, recogimiento ante la experiencia espiritual del ser amado, previa experiencia consciente de la propia. Podemos afirmar con certeza, que los amores duraderos están cimentados, más allá de todo, en el compartir un espacio espiritual común, aunque sin dejar de ser individual, fundado en el respeto y la entrega: al amarte a ti me amo a mi, amo a mis semejantes, amo al mundo.
Benditas sean las almas que se aman desde el cuerpo y llegan hasta el espíritu.
Alejandro de Andúnië dixit.
lunes, 20 de mayo de 2013
Darse calor en esa fría tarde de sus vidas. (Parejas venecianas)
Nunca
antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven
paseando por Venecia. Los encuentras caminando por los puentes, a la
orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco
viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares,
sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto
educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso
de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de
confianza o afecto, al reparto convencional de roles que suele darse
entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre
ellos, en su inmovilidad, en sus silencios. Pensaba en todo eso el otro
día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido.
Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos
encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja,
hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos apoyado
uno en el hombro del compañero, en un intento de darse calor. Iban
quietos y callados, mirando el agua verde gris y el cielo color ceniza. Y
en un momento determinado cuando el barco hizo un movimiento y la luz
la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria
belleza, los vi cambiar una sonrisa rápida y fugaz, parecida a un beso o
una caricia. Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé.
Aunque
sea dentro de lo que cabe, porque viéndolos allí, en aquella tarde
glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba través de la laguna de
esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas
no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas
adolescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir
el sexo, mientras otros jóvenes seenamoraban, escribían poemas o
bailaban abrazados en las fiestas del instituto. Noches de echarse a la
calle soñando con un príncipe azul de la misma edad para volver de
madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y soledad. La imposibilidad
de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz,
porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le
partan a uno la cara. Y cuando apetece salir conocer,hablar, enamorarse o
lo que sea en vez de en un café o un bar, verse condenado de por vida a
los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos "danone"
empastillados, reinonas escandalosas, y drag queens de vía estrecha.
Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se auto confine a la
alternativa cutre de la sauna, la sala x, la revista de contactos o la
sordidez del urinario público.A veces pienso en lo afortunado, o lo
sólido, o entero, que debe ser un homosexual que consigue llegar a los
cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita,
obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete o no se
mete en la cama.
Envidio
la ecuanimidad, la sangre fría de quien puede mantenerse sereno y
seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de
echarse a la calle a volarle los huevos, ala gente, que por activa o por
pasiva, ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de chicos de
catorce o quince años, que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo
igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de
maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y
la misma amargura. Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de
todo, se mantienen fieles a sí mismos sin estridencias pero también sin
complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos cómo
estos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales,
reivindica sus correspondientes deudas históricas, podía argumentar,
con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de
adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber
cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera
infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino el lo puramente
humano, se encuentra en un nivel abyecto, muy por debajo del suyo.
Pensaba en todo esto mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja
se mantenía inmóvil, el uno junto al otro, hombro con hombro. Y antes de
volver a lo mío y olvidarlos, cuántas infelices almas errantes no
habrían dado cualquiercosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por
estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus
vidas".
Arturo Pérez Reverte
sábado, 30 de marzo de 2013
Hoy me percaté de algo
"Volviendo a casa, mientras viajaba, se dio cuenta
de que conforme me acercaba a casa sentía que poco a poco volvía a ser él mismo. Dejaba algo atrás, retornaba de pronto la calma. Y, de pronto, entonó una tonada en medio
del camino y se sorprendió a sí mismo al oírse cantarla, como si estuviera
haciendo algo que no correspondiera al lugar donde se encontraba, y fue
ahí que comprendió que había una especie de separación entre lo que era en su casa y lo que era en el mundo".
Aquí dentro reina la calma, lo conocido, la identidad; fuera está lo diverso, lo desconocido, la alteridad. ¿Para quién te vistes cada mañana? ¿Acaso para cumplir tus propios gustos? ¿No será que te he apropiado de cierta alteridad en detrimento de tu propia identidad creyendo que lograbas lo contrario? ¿Quieres ser tú o quieres que se vea algo de ti? Entonces al salir de casa dejas, sin notar, cosas en ella en la creencia, más o menos inconsciente de que así las protejes o simplemente no quieres mostrarlas, en el deseo de mostrarlas en los entornos y momentos adecuados. Ahí puede estar el tropiezo: ¿Cuáles son los momentos apropiados, si los hubiere, pero y si no? Entonces ciertas partes de ti no saldrían nunca a la luz. Y basta ver nuestros entornos modernos dónde el rechazo al dolor, a la reflexión es la constante; dónde ser gentil, amable, cortés es una debilidad más que una virtud; donde la obsolescencia de las cosas hemos dejado que se imponga a las personas. En esas condiciones partes de nosotros mismos rara vez encontrarían ocasión de ser mostradas, y por ende, practicadas. Así, no es de extrañar que en estos ambientes hostiles, habilidades para la defensa y la agresividad sean las más frecuentes y que los actos de amabilidad y ternura nos resulten tan extraños, tan sorprendentes y de los que se dude tanto. Pero ¿Cuánto de nuestra esencia perdemos al tratar de adecuarnos a estos entornos? ¿Cuánto de las cualidades y virtudes más preciadas: valor, honor, alegría, entusiasmo, confianza, respeto, honestidad, disciplina, responsabilidad, –y sobre todo– amor y libertad, se ven disminuidas, ninguneadas e incluso despreciadas por que “no convienen” a las demandas de la realidad?
Al cantar, donde se supone no debería hacerlo, entró en contacto con la necesidad de belleza, ternura que toda alma tiene y se percató de lo relegada que estaba esa necesidad, incluso de sí mismo. Es en la escucha atenta de sí mismo que logró darse cuenta. Eso pasa cuando se escucha atentamente a otras personas, al otorgarle el respeto y el espacio para su expresión sincera, las necesidades y deseos ocultos, relegados por su “inadecuación” surgen y asombran a su propio dueño, y se emocionan y siguen hablando, aunque algunos les de miedo y se angustien al darse cuenta de su propio abandono y se recubran de soberbia o cinismo. Así, el brillo de la mirada regocijada de sus propias maravillas, se apaga.
Todo inicia en la escucha. Sólo así es posible recuperar esa necesidad y hacer algo al respecto. Si bien la carencia de entornos adecuados es un punto en contra, es la escucha, es la mirada respetuosa la que es punto de partida en esta cruzada. Es que ahí está el reto, el desafío de estos tiempos: humanizarlos. En el ascenso de la tecnología y lo inmediato, el tiempo, el cuidado, la paciencia, el respeto son más que nunca esenciales para permitir la expresión de estas partes de uno que permanecen latentes: no es que no existan, y esto que quede claro, pero como cualquier otro talento o habilidad deben ser practicadas o no podrán existir plenamente. Ante la separación y olvido de las diferentes partes de uno, la demanda, la necesidad más apremiante es clara: hacer un alto para permitir la reintegración, volver uno con uno mismo, ver qué hemos dejado relegado de nosotros y que hemos adquirido en el camino. Al entrar en contacto con los demás observar y escuchar, no utilizar como un objeto más, pues sin reconocer al ser humano que está ahí enfrente tampoco nos hacemos más humanos. Veamos que aquí radica la frecuente queja de que ya no hay quien sepa amar, más bien el asunto es que ya no hay quien de el espacio y el respeto para escuchar y permitir surgir las cualidades que ya están ahí, relegadas, olvidadas. Las relaciones duraderas esto es lo que hacen, se miran, se escuchan, con ello se conocen, así se respetan, y se hacen responsables de esta escucha mutua y así se cuidan (to take care of). Más en esta época del desencanto de todo, un llamado como este será calificado de retórica romántica, y eso es muestra más del enorme desamparo y maltrato que ha dejado cambiar lo necesario por lo inmediato.
El llamado es volver a mirar y escuchar poniendo el corazón en ello. Hoy me percaté de eso.
lunes, 31 de diciembre de 2012
Feliz 2013
Porque quien no aprende de sus errorores está condenado al eterno retorno del fracaso y la conformidad.
Que este sea el año nuevo sea el año de tus logros, de tus
aciertos, pero también de tus errores superados.
Que tu alma sea
más libre siendo cada más quien eres. Esfuérzate cada día por ello y
serás recordada como una gran persona y habrás dejado algo valioso en
cada corazón que hayas encontrado en el camino y habrás ayudado a combatir la oscuridad, la duda y el temor.
Que la Vida los Bendiga. No hay cosa más divina que ella en el mundo. Feliz 2013.
Alejandro de Andúnië
jueves, 1 de noviembre de 2012
El olor a muerte
La muerte tiene un olor característico, pero no me refiero al olor a putrefacción ni al del embalsamamiento. No, me refiero al olor del Día de Muertos, el olor a nostalgia y fiesta.
La celebración del día de Fieles Difuntos es una celebración cristiana mezclada con creencias de los pueblos originarios de América en la que se le rinde homenaje a los ancestros y familiares fallecidos, pues se cree, y ésto es lo prehispánico, que sus almas vuelven del más allá esta noche y nos visitan en el alter de muertos levantado en cada casa para departir las viandas y tributos de la ofrenda para ellos levantada. Entre el olor de la flores de cempasúchil y el aroma del incienso toda la casa se impregana de una esencia mística y extrañamente acogedora que es difícil de explicar con palabras.
Dicen los que saben que el cempasúchil es como un faro que guía a los muertos a cada casa y que siempre debe haber una veladora de más para aquellas almas de quienes no tienen quien les ponga altar, o se podrían convertir en almas en pena o hasta en espíritus chocarreros.
Todo altar es puesto con devoción y una mezcla de nostalgia y alegría, no faltarán las lágrimas, las anécdotas y los reencuentros, es por eso que el Día de Muertos no podría estar más vivo, lleno fuerza y energía fruto de la unión de los extremos de la vida, recordándonos con precisión que la Vida y la Muerte se hallan inextricablemente unidas, que una no existe sin la otra, pero que mientras estamos del lado de la Vida, nos debemos a ella, a su cuidado, expansión y plenitud, en alegría y confianza, pues al final habrá valido la pena y volveremos algún día a visitar a nuestros parientes en los altares que para nosotros habrán de levantar en recuerdo de lo significativo que aportamos a mientras estuvimos con ellos.
Feliz Día de Muertos.
domingo, 16 de septiembre de 2012
Un momento bajo la lluvia
La Lluvia suave -como la que cae ahora- a todos nos conecta en silencio, imperceptiblemente nos une y casi nadie se da cuenta y quienes lo logran lo hacen de improviso, inesperadamente, y sus miradas se encuentran bajo la lluvia y todo se detiene. Y ahí en ese momento eterno los corazones se tocan. Ahí todo termina y todo comienza. Pues unos se quedaran unidos así por siempre en amor y destino y otros, a pesar de la maravilla de este encuentro, dejan pasar el momento y siguen de largo y nunca más lo encuentran. Unos pocos más atolondradamente afortunados, siguen unos pasos más, pero voltean hacia atrás, esperando que quizá el otro lo haga también…
Cada quien espera su momento…
lunes, 27 de agosto de 2012
Necesitamos personas exitosas
"El
planeta no necesita más personas "exitosas". El planeta necesita
desesperadamente más personas que cultiven la paz, personas que ayuden a
sanar y rehabilitar, que narren historias y den amor en todas las
formas posibles. Necesita gente que viva de forma significativa en sus
lugares de origen, con coraje moral, dispuestos a luchar por un mundo
más habitable y humano; y estas cualidades, tienen muy poco que ver con
el éxito tal como lo entiende nuestra cultura actual."
Tenzin Gyatso, El Decimocuarto Dalai Lama.
Tenzin Gyatso, El Decimocuarto Dalai Lama.
sábado, 4 de agosto de 2012
Una senda conocida
Avancé confiado por una senda que creí que conocía, no obstante era una
senda nueva, mas me era conocida por que ostentaba las señales de otras
sendas similares recorridas antes, pero esta mostraba, para mi sorpresa
señales de los tesoros y sueños que yo tanto anhelaba encontrar en las
otras sendas. Hermosos paisajes, tranquilas noches, alturas
intelectuales, ardientes encuentros de cuerpos y miradas. La senda más
deseada perecía que por fin encontraba. Mas he ahí que cuando más
confiado estaba en que era la senda deseada de pronto me encontré en un
senda gris y sin salida que se parecía a esas otras sendas promisorias
pero impostoras que al desprevenido e inexperto viajero confunden
fácilmente con al parecer llenas de ternura y honestas. La ansiedad y la
duda invadieron mi mirada, me sentí extraviado y confundido porque yo
creí ir en la senda correcta, pero no fue así. Y la desazón casi
triunfa.
Mas he ahí que una pequeña luz brilla en la orilla del camino proviniendo de una flama azul brillante que palpita como diminuto corazón y siento palpitar el mío con ella. Algo me impulsa a seguirla y me resisto, no quiero ser una vez más extraviado. Pero algo me dice que este si es el camino correcto, el de regreso a mi propio camino, así que reuniendo el valor que me queda, sin percibir que ya ruedan algunas lágrimas, avanzo lento, pero decidido hacia la flama. Ella se mueve despacio y gira y retrocede y la sigo paso a paso, y en cada paso me siento más liviano y más tranquilo y aunque escucho palabras seductoras detrás mío, promesas y dádivas, invitándome a volver a aquel escabroso camino no dejo de seguir a la flama que brilla más y más conforme retrocedemos.
Y he ahí que al fin salimos y la luz del sol de nuevo brilla y el viento acaricia mi cara y en medio de un claro del bosque la flama está quieta y flotando. De pronto la flama se transforma en una una silueta fantasmal que no distingo, lentamente va tomando forma y he ahí que es nada menos que mi propia forma, como si me estuviera reflejando en un espejo y me mira con ojos tiernos y serenos, pero llenos de seguridad y confianza. He ahí que levanta la mano como llamándome y yo acudo y lo (me) tomó de la mano y al momento que inspiro para tomar valor la figura fantasmal se deshace y se introduce en mi cuerpo en miles de briznas de brillos azules y por un instante siento una descarga de alegría y consuelo inconmensurables como si en ese instante notara que algo muy importante de mí había perdido sin darme cuenta y me angustiara al mismo tiempo que me inundaba el alborozo de saber que contra toda probabilidad la había encontrado de nuevo. Y he ahí que es éxtasis cede a una tranquilidad rotunda, como aquella que se siente después de reír hasta el cansancio, y descubro en mi estupor que me estoy abrazando fuertemente.
Por unos instantes todo está en silencio solemne como si la naturaleza esperara alguna revelación sagrada; poco a poco abro los brazos y he ahí que la flama azul y cálida esta frente a mi pecho y claramente oigo su argentina voz:
siempre estaré aquí para guiarte mientras tú me escuches- Y con un resplandor enceguecedor entra en mi pecho a mi corazón. Yo caigo de rodillas al verde pasto y me aprieto el pecho con las manos, arrobado, tratando de recuperar la respiración.
Poco a poco, casi sin darme cuenta, todo vuelve a su ritmo, el agua cantarina del río, el ruido de las hojas de los árboles, el murmullo de insectos y animales que habitan el bosque. Todo parece indiferente al milagro hace unos instantes ocurrido, y sin embargo, no. La vida es testigo de sí misma y para ella estos milagros son cotidianos. Me pongo de pie y si bien observo que varias sendas parten del claro del bosque no tengo duda en saber hacia dónde dirigirme: mi camino es, como la Emperatriz Infantil, adelante, siempre adelante; y como Frodo, hacia el Occidente.
Gloria al Misterio de la Vida.
Mas he ahí que una pequeña luz brilla en la orilla del camino proviniendo de una flama azul brillante que palpita como diminuto corazón y siento palpitar el mío con ella. Algo me impulsa a seguirla y me resisto, no quiero ser una vez más extraviado. Pero algo me dice que este si es el camino correcto, el de regreso a mi propio camino, así que reuniendo el valor que me queda, sin percibir que ya ruedan algunas lágrimas, avanzo lento, pero decidido hacia la flama. Ella se mueve despacio y gira y retrocede y la sigo paso a paso, y en cada paso me siento más liviano y más tranquilo y aunque escucho palabras seductoras detrás mío, promesas y dádivas, invitándome a volver a aquel escabroso camino no dejo de seguir a la flama que brilla más y más conforme retrocedemos.
Y he ahí que al fin salimos y la luz del sol de nuevo brilla y el viento acaricia mi cara y en medio de un claro del bosque la flama está quieta y flotando. De pronto la flama se transforma en una una silueta fantasmal que no distingo, lentamente va tomando forma y he ahí que es nada menos que mi propia forma, como si me estuviera reflejando en un espejo y me mira con ojos tiernos y serenos, pero llenos de seguridad y confianza. He ahí que levanta la mano como llamándome y yo acudo y lo (me) tomó de la mano y al momento que inspiro para tomar valor la figura fantasmal se deshace y se introduce en mi cuerpo en miles de briznas de brillos azules y por un instante siento una descarga de alegría y consuelo inconmensurables como si en ese instante notara que algo muy importante de mí había perdido sin darme cuenta y me angustiara al mismo tiempo que me inundaba el alborozo de saber que contra toda probabilidad la había encontrado de nuevo. Y he ahí que es éxtasis cede a una tranquilidad rotunda, como aquella que se siente después de reír hasta el cansancio, y descubro en mi estupor que me estoy abrazando fuertemente.
Por unos instantes todo está en silencio solemne como si la naturaleza esperara alguna revelación sagrada; poco a poco abro los brazos y he ahí que la flama azul y cálida esta frente a mi pecho y claramente oigo su argentina voz:
siempre estaré aquí para guiarte mientras tú me escuches- Y con un resplandor enceguecedor entra en mi pecho a mi corazón. Yo caigo de rodillas al verde pasto y me aprieto el pecho con las manos, arrobado, tratando de recuperar la respiración.
Poco a poco, casi sin darme cuenta, todo vuelve a su ritmo, el agua cantarina del río, el ruido de las hojas de los árboles, el murmullo de insectos y animales que habitan el bosque. Todo parece indiferente al milagro hace unos instantes ocurrido, y sin embargo, no. La vida es testigo de sí misma y para ella estos milagros son cotidianos. Me pongo de pie y si bien observo que varias sendas parten del claro del bosque no tengo duda en saber hacia dónde dirigirme: mi camino es, como la Emperatriz Infantil, adelante, siempre adelante; y como Frodo, hacia el Occidente.
Gloria al Misterio de la Vida.
Alejandro de Andúnië
domingo, 29 de julio de 2012
The center of your life
Love what you do and do what you love. Don't listen to anyone else who tells you not to do it. You do what you want, what you love but the imagination shuold be at the center of your life, that's the center of your life.
Ray Bradbury.
Ray Bradbury.
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