sábado, 4 de agosto de 2012

Una senda conocida


 Avancé confiado por una senda que creí que conocía, no obstante era una senda nueva, mas me era conocida por que ostentaba las señales de otras sendas similares recorridas antes, pero esta mostraba, para mi sorpresa señales de los tesoros y sueños que yo tanto anhelaba encontrar en las otras sendas. Hermosos paisajes, tranquilas noches, alturas intelectuales, ardientes encuentros de cuerpos y miradas. La senda más deseada perecía que por fin encontraba. Mas he ahí que cuando más confiado estaba en que era la senda deseada de pronto me encontré en un senda gris y sin salida que se parecía a esas otras sendas promisorias pero impostoras que al desprevenido e inexperto viajero confunden fácilmente con al parecer llenas de ternura y honestas. La ansiedad y la duda invadieron mi mirada, me sentí extraviado y confundido porque yo creí ir en la senda correcta, pero no fue así. Y la desazón casi triunfa.

Mas he ahí que una pequeña luz brilla en la orilla del camino proviniendo de una flama azul brillante que palpita como diminuto corazón y siento palpitar el mío con ella. Algo me impulsa a seguirla y me resisto, no quiero ser una vez más extraviado. Pero algo me dice que este si es el camino correcto, el de regreso a mi propio camino, así que reuniendo el valor que me queda, sin percibir que ya ruedan algunas lágrimas, avanzo lento, pero decidido hacia la flama. Ella se mueve despacio y gira y retrocede y la sigo paso a paso, y en cada paso me siento más liviano y más tranquilo y aunque escucho palabras seductoras detrás mío, promesas y dádivas, invitándome a volver a aquel escabroso camino no dejo de seguir a la flama que brilla más y más conforme retrocedemos.

Y he ahí que al fin salimos y la luz del sol de nuevo brilla y el viento acaricia mi cara y en medio de un claro del bosque la flama está quieta y flotando. De pronto la flama se transforma en una una silueta fantasmal que no distingo, lentamente va tomando forma y he ahí que es nada menos que mi propia forma, como si me estuviera reflejando en un espejo y  me mira con ojos tiernos y serenos, pero llenos de seguridad y confianza. He ahí que levanta la mano como llamándome y yo acudo y lo (me) tomó de la mano y al momento que inspiro para tomar valor la figura fantasmal se deshace y se introduce en mi cuerpo en miles de briznas de brillos azules y por un instante siento una descarga de alegría y consuelo inconmensurables como si en ese instante notara que algo muy importante de mí había perdido sin darme cuenta y me angustiara al mismo tiempo que me inundaba el alborozo de saber que contra toda probabilidad la había encontrado de nuevo. Y he ahí que es éxtasis cede a una tranquilidad rotunda, como aquella que se siente después de reír hasta el cansancio, y descubro en mi estupor que me estoy abrazando fuertemente.

Por unos instantes todo está en silencio solemne como si la naturaleza esperara alguna revelación sagrada; poco a poco abro los brazos y he ahí que la flama azul y cálida esta frente a mi pecho y claramente oigo su argentina voz:
siempre estaré aquí para guiarte mientras tú me escuches-  Y con un resplandor enceguecedor entra en mi pecho a mi corazón. Yo caigo de rodillas al verde pasto y me aprieto el pecho con las manos, arrobado, tratando de recuperar la respiración.

Poco a poco, casi sin darme cuenta, todo vuelve a su ritmo, el agua cantarina del río, el ruido de las hojas de los árboles, el murmullo de insectos y animales que habitan el bosque. Todo parece indiferente al milagro hace unos instantes ocurrido, y sin embargo, no. La vida es testigo de sí misma y para ella estos milagros son cotidianos. Me pongo de pie y si bien observo que varias sendas parten del claro del bosque no tengo duda en saber hacia dónde dirigirme: mi camino es, como la Emperatriz Infantil, adelante, siempre adelante; y como Frodo, hacia el Occidente.

Gloria al Misterio de la Vida. 
Alejandro de Andúnië


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