Avancé confiado por una senda que creí que conocía, no obstante era una
senda nueva, mas me era conocida por que ostentaba las señales de otras
sendas similares recorridas antes, pero esta mostraba, para mi sorpresa
señales de los tesoros y sueños que yo tanto anhelaba encontrar en las
otras sendas. Hermosos paisajes, tranquilas noches, alturas
intelectuales, ardientes encuentros de cuerpos y miradas. La senda más
deseada perecía que por fin encontraba. Mas he ahí que cuando más
confiado estaba en que era la senda deseada de pronto me encontré en un
senda gris y sin salida que se parecía a esas otras sendas promisorias
pero impostoras que al desprevenido e inexperto viajero confunden
fácilmente con al parecer llenas de ternura y honestas. La ansiedad y la
duda invadieron mi mirada, me sentí extraviado y confundido porque yo
creí ir en la senda correcta, pero no fue así. Y la desazón casi
triunfa.
Mas he ahí que una pequeña luz brilla en la orilla del camino
proviniendo de una flama azul brillante que palpita como diminuto
corazón y siento palpitar el mío con ella. Algo me impulsa a seguirla y
me resisto, no quiero ser una vez más extraviado. Pero algo me dice que
este si es el camino correcto, el de regreso a mi propio camino, así que
reuniendo el valor que me queda, sin percibir que ya ruedan algunas
lágrimas, avanzo lento, pero decidido hacia la flama. Ella se mueve
despacio y gira y retrocede y la sigo paso a paso, y en cada paso me
siento más liviano y más tranquilo y aunque escucho palabras seductoras
detrás mío, promesas y dádivas, invitándome a volver a aquel escabroso
camino no dejo de seguir a la flama que brilla más y más conforme
retrocedemos.
Y he ahí que al fin salimos y la luz del sol de nuevo brilla y el viento
acaricia mi cara y en medio de un claro del bosque la flama está quieta
y flotando. De pronto la flama se transforma en una una silueta
fantasmal que no distingo, lentamente va tomando forma y he ahí que es
nada menos que mi propia forma, como si me estuviera reflejando en un
espejo y me mira con ojos tiernos y serenos, pero llenos de seguridad y
confianza. He ahí que levanta la mano como llamándome y yo acudo y lo
(me) tomó de la mano y al momento que inspiro para tomar valor la figura
fantasmal se deshace y se introduce en mi cuerpo en miles de briznas de
brillos azules y por un instante siento una descarga de alegría y
consuelo inconmensurables como si en ese instante notara que algo muy
importante de mí había perdido sin darme cuenta y me angustiara al mismo
tiempo que me inundaba el alborozo de saber que contra toda
probabilidad la había encontrado de nuevo. Y he ahí que es éxtasis cede a
una tranquilidad rotunda, como aquella que se siente después de reír
hasta el cansancio, y descubro en mi estupor que me estoy abrazando
fuertemente.
Por unos instantes todo está en silencio solemne como si la naturaleza
esperara alguna revelación sagrada; poco a poco abro los brazos y he ahí
que la flama azul y cálida esta frente a mi pecho y claramente oigo su
argentina voz:
siempre estaré aquí para guiarte mientras tú me escuches- Y con un
resplandor enceguecedor entra en mi pecho a mi corazón. Yo caigo de
rodillas al verde pasto y me aprieto el pecho con las manos, arrobado,
tratando de recuperar la respiración.
Poco a poco, casi sin darme cuenta, todo vuelve a su ritmo, el agua
cantarina del río, el ruido de las hojas de los árboles, el murmullo de
insectos y animales que habitan el bosque. Todo parece indiferente al
milagro hace unos instantes ocurrido, y sin embargo, no. La vida es
testigo de sí misma y para ella estos milagros son cotidianos. Me pongo
de pie y si bien observo que varias sendas parten del claro del bosque
no tengo duda en saber hacia dónde dirigirme: mi camino es, como la
Emperatriz Infantil, adelante, siempre adelante; y como Frodo, hacia el
Occidente.
Gloria al Misterio de la Vida.
Alejandro de Andúnië