jueves, 1 de noviembre de 2012

El olor a muerte


La muerte tiene un olor característico, pero no me refiero al olor a putrefacción ni al del embalsamamiento. No, me refiero al olor del Día de Muertos, el olor a nostalgia y fiesta. 
La celebración del día de Fieles Difuntos es una celebración cristiana mezclada con creencias de los pueblos originarios de América en la que se le rinde homenaje a los ancestros y familiares fallecidos, pues se cree, y ésto es lo prehispánico, que sus almas vuelven del más allá esta noche y nos visitan en el alter de muertos levantado en cada casa para departir las viandas y tributos de la ofrenda para ellos levantada.  Entre el olor de la flores de cempasúchil y el aroma del incienso toda la casa se impregana de una esencia mística y extrañamente acogedora que es difícil de explicar con palabras. 
Dicen los que saben que el cempasúchil es como un faro que guía a los muertos a cada casa y que siempre debe haber una veladora de más para aquellas almas de quienes no tienen quien les ponga altar, o se podrían convertir en almas en pena o hasta en espíritus chocarreros. 
Todo altar es puesto con devoción y una mezcla de nostalgia y alegría, no faltarán las lágrimas, las anécdotas y los reencuentros, es por eso que el Día de Muertos no podría estar más vivo, lleno fuerza y energía fruto de la unión de los extremos de la vida, recordándonos con precisión que la Vida y la Muerte se hallan inextricablemente unidas, que una no existe sin la otra, pero que mientras estamos del lado de la Vida, nos debemos a ella, a su cuidado, expansión y plenitud, en alegría y confianza, pues al final habrá valido la pena y volveremos algún día a visitar a nuestros parientes en los altares que para nosotros habrán de levantar en recuerdo de lo significativo que aportamos a mientras estuvimos con ellos. 

Feliz Día de Muertos.

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